jueves, 19 de junio de 2008

EL RESCATE DE LETICIA-Novela de una frustración loretana

X

Nuestra sección empezó a construir otro tambo en un nuevo emplazamiento. Después de cortar los árboles limpiamos la maleza y nivelamos el terreno; en los primeros días distribuimos el trabajo en forma organizada y razonable, pues por suerte, no tuvimos cerca ningún oficial, los que mandábamos éramos los del “Estado Mayor”; el sargento Valles, con la mejor disposición de ánimo, se entendía con nosotros a las mil maravillas; “se trataba de la casa de los distinguidos”, como él nos llamaba.
El perínclito Cornejo, con su sección, estaba de servicio en un puesto de avanzada, muy lejano, río arriba; Ghersi estaba a cargo de la construcción de nuevas trincheras cerca de la orilla, con grupos de distintas secciones; en cuanto al capitán, quizá por lo malo del camino, solo un par de veces apareció a ver cómo marchaba el trabajo; miró a todos con acritud, sin decir una sola palabra, con gesto de exigir más esfuerzo, pese a que estábamos poniendo todo nuestro empeño, pero no hizo ninguna observación. Nosotros igualmente, aparte del saludo obligado, lo ignoramos olímpicamente.
La orden del batallón nos causó una grata sorpresa: establecía el horario de trabajo para todo el agrupamiento, que debía empezar a las 7.30 y terminar a las 10.30; se pasaría rancho de 11 a 12 y se tomaría un descanso hasta las 2 de la tarde, hora en que se reanudaría el trabajo hasta las 4.30. Es posible que el comandante se enterara y comprendiera las necesidades y angustias de la tropa.
El capitán se puso furioso cuando nos vio regresar a las 10.30, empezó a vociferar llamándonos holgazanes, conchudos, hambrientos, y pretendió que regresáramos al trabajo, pero Ghersi le enseñó la orden, que acaso presintiendo tal reacción la llevaba en el bolsillo y después de leerla no le quedó otro argumento que renegar, diciendo que se perdía mucho tiempo y no concluiríamos el trabajo planeado.
En cuanto a nosotros, después del almuerzo, que como importante novedad se inició con una sopa de monos auténticos y peludos, que nos supo muy bien, quizá por el hambre, hicimos una siesta desacostumbrada, con lo que volvimos con más bríos al trabajo.
Cuando Cornejo regresó empezó a meter las cuatro en nuestra obra; a todo trataba de encontrar defecto, buscando demostrar nuestra ineptitud y poner de relieve su conocimiento y habilidad, o más bien su complejo de enciclopedia; ya no trabajamos a gusto, pero como no había otro remedio, seguimos trabajando. Habíamos planeado hacer la casa de modo que resultara la mejor de la Compañía, cercar con ponas todo el rededor y ponerle barandales. Bardalez fue el que se encargó de la planificación y dirección del trabajo, a elección nuestra; lo sensible fue que supimos que se hacían gestiones para trasladarlo a la Compañía de Zapadores, según dijeron, para aprovechar sus conocimientos de ingeniería. Esperábamos que el traslado redundara en su beneficio y en esa Compañía lo trataran mejor, por eso recibimos la noticia con alegría, aunque sintiéramos su alejamiento por lo bien que con él nos llevábamos.
Al otro día el capitán sufrió un accidente. Se puso a trozar un tronco con un hacha y como no sabía manejar la herramienta, al estar haciendo los cortes se le desvió al dar un golpe, yendo a dar contra el zapato, cortándolo hasta llegar al pié e hiriéndolo casi hasta rebanarle dos dedos. Lo tuvo bien merecido por meterse donde no lo llamaban, querer hacer lo que no debía ni sabía y sin necesidad, solo por aparentar que daba ejemplo en el trabajo.
Ninguno del “Estado Mayor” presenció el accidente y cuando nos lo contaron, los malas almas, que somos casi todos, exclamamos impulsivamente: ¡Como no se ha matado!... y dimos grandes muestras de alegría. Yo, un si es no es, lo sentí, porque al fin y al cabo es de carne y hueso como todos nosotros, pero mucho más me alegre:
¡Que sienta en carne propia lo que es dolor y sufrimiento!... además con ese motivo lo tendríamos alejado una buena temporada.
Seguíamos esperando con ansiedad la lancha cuya venida nos anunciaron; en cuanto al avión, a medida que pasaban los días, iba perdiéndose la esperanza de verlo; hacía un mes y medio que habíamos salido de Iquitos y faltaba otro tanto para la navidad.., no sabíamos si hasta entonces tendríamos que estar en tan deplorable campaña, si regresábamos, nos quedábamos o nos agarrábamos con nuestros invisibles enemigos. ¡Qué ingrata sensación producía el sentirse ignorante, alejado, solitario, entre tanta gente!... ¡Qué amargo tener conciencia de que lejos, alguien pensaba en uno y sentirse incapaz de hacerle saber que ese pensamiento era lo único que me impulsaba a vivir!... Y más amargo aún tener en perspectiva una ausencia larga, llena de sinsabores y desesperanzas...
Si algo aliviaba esa desesperación que amenazaba ahogarme, era un poco de fe, pero... una fe vacilante, llena de sombras y congoja, cansada de alentar un sueño que iba tomándose en obstinada pesadilla, que hacía ver inalcanzable una bonanza lejana, tan lejana, que su distancia podría compararse a un puente larguísimo y frágil, expuesto a romperse con el peso de la angustia... ¿Qué fue de mi vida durante mes y medio?... Abiertos los ojos, fija la mirada en el vacío, salvando distancias con la imaginación, soñaba con esa lejana dicha... que se desvanecía, se nublaba. Se estrellaba en la negra realidad... sueño con desesperanza...¡ hasta con miedo!... miedo de que ese sueño no fuera mas que lo que hasta entonces había sido y seguiría siendo, sin saber hasta cuando…
Las notas del clarín anunciaban silencio con incomprensible mezcla de alarido... lamento... suspiro... agonía... se retorcía como el dolor de una herida en el aire... en la palidez que vertía la luna como un temblor de blancos sudarios que ondeaban tenuemente entre las sombras del campamento dibujando mausoleos, lápidas, sepulcros… entre los cuales, silenciosos centinelas se movían lentamente como fantasmas flotando en el espacio… Yo miraba tercamente en el vacío, buscando que atraída por mi mente, la imagen de mis sueños se pusiera a mi alcance para verla... ¡Vano empeño! ... mi pensamiento, como las notas del clarín, volaban y se perdían...
Por primera vez correspondió a nuestra sección hacer guardia en la avanzada. Eleazar y Benjamín se quedaron por estar agripados. Completamente equipados salimos a las 4 de la tarde y caminando a buen paso por la orilla, llegamos media hora después. Calculé que estaría a unos 15 kilómetros. Ghersi fue al mando de la sección.
La que íbamos a relevar era de la Cuarta Compañía y estaba lista para el relevo; formamos frente a frente las dos secciones en el más completo silencio, los jefes se dieron la consigna, se saludaron, partió 1a otra sección y se quedó la nuestra. Inmediatamente Ghersi organizó el servicio, mandó el primer turno al puesto y al resto romper filas para acomodarse en el tambo, todos vestidos y armados, es decir, con el fusil al alcance de la mano.
A las 12 me tocó el turno con Juan José; llovía menuda y persistentemente, la oscuridad era tal que no se distinguía a seis pasos y tuvimos que seguir el camino al pequeño puesto a tientas por entre el bosque, esperando para dar unos pasos, los rayos serpenteantes que a menudo hendían la negrura de la noche; las ramas crujían
a impulso del viento con ruidos extraños, todo daba a la situación desconocida e imponente majestad.
- ¡Alto!... ¡Quién vive!
- ¡Relevo!
- ¡Avance a dar el santo!
- ¡Clavero!
- ¡Cahuapanas!
Un relámpago iluminó la escena. Estaban empapados y se encogían con el frío; nos dieron la consigna y luego:
- ¡Chau!
- ¡Que descansen!
Juan José tomó el puesto de centinela móvil y desaparecía y aparecía como un fantasma en la oscuridad; yo en el borde del barranco miraba fijamente hasta donde alcanzaba la vista, cuando los relámpagos iluminaban el estirón* del río que parecía incrustarse en la selva, listo el fusil con cinco cartuchos en el almacén y la mano dispuesta a encontrar el pomo de la bayoneta.
Cuando cambiamos de puesto Juan José me preguntó:
- ¿Has oído?
- ¿Qué? - le contesté.
- ¡Nada! - concluyó - pero cuando ya estábamos de regreso al tambo, después del relevo, me aseguró que había oído el rugido de un tigre, que como yo nunca lo había oído no me llamó la atención o quizá lo tomé por un ruido cualquiera de la selva.
Por primera vez sentí la emoción de ser soldado en una nueva dimensión: haciendo de centinela en un puesto de avanzada, en el palpitar misterioso de la selva, en una noche inclemente y tenebrosa, entre mil ruidos que el viento desfigura y la imaginación agranda... esperando descorrer el velo que ocultaba algo que tenía dentro y tenía confianza que fuera valor.
El día siguiente lo pasamos animadamente, pero, siempre con el arma al brazo. La presencia de Ghersi, tan jefe como amigo, acrecentaba nuestra confianza, tanto como nuestra subordinación y disciplina; el relevo llegó puntualmente y poco después de las 6 ya estábamos en nuestro campamento.
Encontramos muchas novedades, la más importante era que el “Alberto” debía regresar a Iquitos tan pronto como el río lo permitiera, pues había bajado tanto su nivel que casi enseñaba su cauce; hacía tiempo que su tripulación clamaba por regresar y no podía hacerlo porque no lo ordenaba el Comando, salió la orden y tampoco podía hacerlo... ¡Cosas de la suerte!
Supimos también que el hidroavión R-1O, pedido urgentemente por el Comando por asuntos del servicio, debía llegar pero no sabíamos cuando. Aparte de nuestro avioncito de reconocimiento, hacía tiempo que no veíamos aviones nuestros, pero sí, diariamente, muchos aviones colombianos, que aún no teníamos razones para decir que fueran enemigos, porque pasaban como si no nos vieran. Había orden de que nos escondiéramos en el bosque cuando los viéramos, pero lejos de hacerlo así, la mayoría, que al parecer se sentía muy valiente, gritaba, alborotaba y salía al descubierto, de suerte que los pilotos debían no sólo vernos sino oírnos perfectamente. Pero no nos incomodaban.
Un día que salió nuestro avión a explorar, a su regreso empezaron a circular alarmantes rumores: que se había visto trincheras, numerosa tropa, aviones y otros elementos bélicos en el Caucaya y no faltó, quien asegurase con toda seriedad, que dentro de breves días empezaría la jarana, porque los tipos aquellos tenían tantas ganas de vernos, como nosotros a ellos y... se venían... se venían...



ESTIRON*.- Trayecto largo y recto de los ríos de la selva.

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