martes, 1 de julio de 2008

EL RESCATE DE LETICIA-Novela de una frustración loretana

XIII

Acababa de llegar de la campaña, pero ya no vestía el uniforme militar, sino traje de civil; caminaba por la calle Raimondi detrás del padre de Paulina, tratando de darle alcance, pero por más que me apresuraba no podía llegar hasta él, lo perdí y de pronto me encontré a la puerta de la casa, estaba cerrada, me disponía a tocarla pero la vi abierta y a Paulina en ella sin mostrar la menor sorpresa de verme y aunque abrí mis brazos para recibirla no se vino a ellos como esperaba. Con gesto desaprensivo me dijo:
- ¡Primero a mi mamá!
Me acerqué a la señora que conversaba con un desconocido y la abracé con efusión, pero al punto resultó siendo Paulina, que me estaba diciendo:
- Sé que por jugar ajedrez me estás olvidando día a día - y su semblante reflejaba reproche, resentimiento, pena - No recuerdo qué contesté, pero fue algo protestando por no recibir sus cartas, reclamando su atención, asegurándole que la partida había quedado suspendida y la jugada secreta la tenía guardada un capitán nuevo que no quería entregarla…
Fue un sueño que lo tomé como feliz presagio, en medio de los rumores que estaban circulando.
Desperté; llovía torrencialmente, el viento era tan fuerte que el agua salpicaba hasta mi tarima y el frío era intenso; me encogí debajo de la frazada y me puse a tratar de recordar detalles del sueño y pensar en lo que tuviera de premonitorio. Era lógico que pensara en saludar a mi novia, pues me acosté con la idea de nuestro regreso metida en la sesera.
En la orden se había leído un párrafo referente a unos cuadros de procedencia del contingente al que pertenecíamos los voluntarios y los de las tropas regulares que debían licenciarse; con este motivo se hicieron mil comentarios en todo el campamento e incluso muchos aseguraban que era para determinar quiénes debíamos regresar, agregando que tenía que ser antes de terminar diciembre.
Como para reafirmarnos en la idea, el mismo capitán nos dijo en el trabajo que el 31 de diciembre estaríamos en Iquitos y por eso debíamos darnos prisa para terminar las obras. Esto nos provocó una alegría fácil de explicar, pero... ¿no sería una mentira de mala fe del capitán, incapaz de darnos una satisfacción y mas bien por su instinto sádico, crearnos una ilusión que al desvanecerse nos causara dolor?.., el bárbaro ese era capaz de todo...
Como fuera, renovadas nuestras esperanzas, mayores bríos pusimos para terminar el techado de nuestro tambo y el cercado del emponado, este último con barandales en todo su perímetro, que tratamos de hacerlo con nuestro mejor arte. Al finalizar la tarde nos instalamos en nuestro nuevo domicilio, que resultó como lo habíamos planeado el mejor de los construidos: más vistoso, más amplio y sólido, especialmente en la estructura de las escaleras, sobre todo la principal, labrada en troncos muy gruesos, cuadrados y acanalados, con mucha laboriosidad y precisión sólo con hacha y machete. Por supuesto que no hubo necesidad de tanto esmero, pero, como Cornejo nos obligó a sustituir la que habíamos hecho y colocado, al hacer la nueva pusimos dedicación y arte y la rechazada la pasamos a la parte de atrás del tambo... ¡Lástima que tuvimos que dejar todo eso con gran alegría!
Cuando ya se habían esfumado nuestras esperanzas, cuando estábamos recobrándonos de la decepción, cuando menos lo pensamos... tuvimos el alegrón de ver acuatizando el R - 10, que con tanta ansiedad habíamos esperado... Sería difícil describir la alegría que nos inundó, parecía una ráfaga de locura que estuviera atravesando el campamento, fue algo como la aparición de un sol vivificante, después de una horrible tempestad...
Había confiado en tener algunas cartas y esperaba con una impaciencia imposible de ocultar, pero... por desgracia no tuve una siquiera. Traté de entender la causa: dijeron que el avión salió de Iquitos repentinamente y muy pocos tuvieron conocimiento de su salida para depositar sus cartas. Y... así no entendiera la explicación o no fuera explicable... ¿Qué hacer?... Aparentar conformidad aunque por dentro me consumiera la infinita tristeza de sentirme olvidado...
¡Una carta! ¡Quién pudiera leer una carta todos los días!!!... porque aunque parezca irreal, una carta satisface un apetito que vive latente; es la materialización de un ensueño, que persistente, con la obstinación del delirio, flota ante la vista; es la voz amiga del compañero de jaranas y confidencias; es el acento maternal hecho amor, hecho ideas; es la voz dulce y ansiada de la novia, que de lejos nos habla, nos consuela y da esperanza... Veía recibir tantas cartas y sin embargo, todos esperaban ansiosos otra... siempre otra... las devoraban más que leían y quien sabe cuántas veces repetirían su lectura, buscando la soledad... el silencio...
Una carta era algo que llegaba muy adentro de nuestro ser y nos alentaba; algo que debieron darnos todos los días en lugar de ese té, huérfano de pan y con tan poco azúcar, que parecía que hubiera pasado por encima sin tocarlo.., pero no estábamos para lamentaciones, ni había ante quien hacerlas, pues, en tan deplorable situación estábamos expuestos y hasta sujetos a pasarla peor... pero, ¿podía haber algo peor que matarnos de hambre a poquitos y tenernos como a los perros, contenidos para cuando la presa estuviera a la vista?... Pensaba, y estaba seguro de que todos conmigo, mejor habríamos estado entre el humo del combate y el silbido de las balas, porque entonces no hubiésemos sentido la prosaica preocupación por los frejoles crudos y la goma de arroz, ni tenido tiempo de ponernos a pensar si la carne que comíamos era de un peludo mono o de una hedionda huangana... ¡Inútiles, pues, las lamentaciones!
La llegada del avión puso a rodar una bola muy simpática... ¡Que venía el relevo para el destacamento! Cierto o falso el rumor nos llevó a hacer los más originales y entusiastas comentarios: Juan José hablaba de la magnífica recepción de que seríamos objeto... el cabo Chale de los bailes y las fiestas a las que sería invitado… Zubiaurr ensayaba el apretado abrazo y los innumerables y largos besos que daría a Alicia, sin preocuparse de la presencia de los hermanos de la chica ni de la curiosidad de los mirones... Benjamín... éste era párrafo aparte... no soñaba y si soñaba no lo decía, no se alegraba ni se entristecía, se mostraba tan impasible que yo lo comparaba con una esfinge... Nunca se le oyó quejarse y aunque se le notaba enfermo, ni lo negaba ni lo afirmaba y no pasaba revista médica; hacía los trabajos más duros sin protestar... ¡Benjamín era caso serio!... ¡Todos los del “Estado Mayor” estábamos felices con la dichosa bola!
A propósito del “Estado Mayor”. Bardalez fue trasladado al cuerpo de Zapadores y Sifuentes, de manera sorpresiva a la Sanidad, porque no sé de dónde salió que tenía conocimientos de farmacia... Les deseamos mejor suerte y se fueron. De Zubiaurr aun nada se sabía.
La celebración del Día del Ejército, pese al entusiasmo puesto en la preparación del programa, resultó casi un fracaso. En nuestra unidad comenzó con un mensaje alusivo a la fecha, que por encargo del capitán, nos lo leyó Cornejo, asegurándonos-nosotros no le creímos-que el capitán no podía hacerlo por el accidente que había sufrido… ¡como si los cojos no pudieran hablar o leer!...
Fue un sancochado indigesto de frases rebuscadas y de completo mal gusto, felizmente corto, que por educación, buenas costumbres y sobre todo porque la disciplina nos obligaba, tuvimos que escucharlo con ceremoniosa atención. Al final nos hizo corear un viva al Perú y un viva al ejército, que culminamos con un tibio aplauso, mas que todo en mérito a la brevedad, que fue lo mejor que tuvo la alocución.
Luego fuimos al concurso de tiro, que se realizó en la playa, a donde concurrimos en formación y equipados; nuestra Compañía ganó el segundo puesto. El resto del programa debía realizarse por la tarde, pero una impertinente lluvia trastornó todo lo cuidadosamente planeado y pensé que habría que inscribirlo en el libro del olvido con indumentaria y todo.
Pronto empezaría un nuevo mes; como para darle un adiós, al día siguiente me puse a trabajar con tanto ardor y entusiasmo que en cierto momento me sentí cansado, lo que me hizo acreedor a un castigo que me impuso el mismo capitán. Me había detenido momentáneamente en el trabajo de cortar troncos, para hacerlos más manejables y descansaba con una mano metida en el bolsillo; el capitán me miró y yo no hice ningún ademán de continuar trabajando, lo que seguramente le disgustó y desde lejos me gritó:
- ¡Qué hace usted, con las manos en los bolsillos!
- Estoy cansado, mi capitán - le contesté, en voz alta, también.
- ¡Entonces vaya a su cuadra a descansar! - me dijo, y luego dirigiéndose al sargento Valles le ordenó:
- ¡Póngalo castigado con un fusil!
Obedecí sin réplica, pero fue mejor estar de centinela, gracias a la indulgencia de Valles-que no me puso con el fusil al hombro-que tirar hacha las dos horas que faltaban para ir a la guardia de avanzada.
El río crecido no nos permitió ir a pié y lo hicimos en canoas; Cornejo comandó la sección.
De nuevo me tocó la guardia con Juan José. La noche no estaba tan oscura como las anteriores, la rutina y la tranquilidad estaban quebrando la seriedad y rigidez de las primeras guardias, ya no sentía emoción, ni siquiera interés, más bien cansancio, aburrimiento, casi indiferencia por la consigna que cumplía. El mismo relevo de las secciones ya no tenía la gallardía y marcialidad que en un principio se le daba.
A las 11 relevamos a la otra pareja, no teníamos ni santo y seña; se fueron y nosotros pusimos los fusiles en el emponado de un pequeño tambo que alguna sección había hecho y nos sentamos.
- ¿Te das cuenta de cómo están cambiando las cosas?
- Sí, es notable, pero no puede esperarse otra cosa por falta de acción, el interés por la causa está decayendo día a día; los mismos oficiales que debieran mantenerlo, están mostrando frialdad e indolencia. Quizá creen que no nos damos cuenta, que igual que nosotros, están locos por regresar, porque ni ellos saben qué hay de serio en nuestra campaña y mucho menos en qué va a parar.
- Pero lo peor es que el tiempo pasa; a ellos... ¡claro!... no les importa porque, aún contra su voluntad, aquí están en sus funciones, están trabajando, pero nosotros... ¡estamos perdiendo un tiempo precioso!... estamos perdiendo dinero… sufriendo trastornos que acaso nos cause efectos posteriores.
- Es verdad, pero poco importaría, si realmente fuéramos a conseguir lo que estamos buscando: recuperar definitivamente lo nuestro... aunque la forma en que estamos actuando me parece muy pasiva, poco decidida.
- ¡No! ¡No!... No somos nosotros los que podemos tomar la iniciativa para atacar, ya lo hicimos, recuperamos Leticia, estamos resguardando nuestra frontera; debemos esperar la reacción.
- ¿De modo que tú crees que todo este territorio entre el Putumayo y el Caquetá, que también fue cedido por el Tratado Salomón - Lozano, debemos darlo por perdido?... ¿Conformarnos con la devolución de Leticia?
- Bueno... por ahora sí, pero advierte que si Leticia es devuelta, se supone que el tratado sería objeto de revisión y entonces con tal argumento podríamos presionar para que se anule.
- ¡Qué bonito suena eso!... ¡Y si le pusiéramos música sonaría mejor!... ¿Pero tú crees que los colombianos nos devolverán Leticia siquiera?. . . Que la tengamos por la fuerza no significa que esté decidida su devolución.
Y si se va a la revisión del tratado... por nuestros antecedentes en litigios fronterizos, presiento que no tendríamos éxito.
- ¡No seas pesimista!.. - Hasta ahora todo va bien, no hay colombianos por ninguna parte… aguantémonos y si vienen acá o van a Leticia… bueno, serán recibidos como se merecen, pero, de ninguna manera admitiremos devolverla.
- Eso piensas y quieres, pero... ¿y ellos qué pensarán?... ¿y qué estarán haciendo?... Qué la de hoy no sea la calma que precede a una tempestad que nos arrastre.
- Bueno, si hay tempestad la afrontaremos, si nos arrastra... paciencia, pero no será porque no pongamos todo para evitarlo.
- Estás valiente y decidido, muy bien, pero, confiesa que el panorama es sombrío, que no podemos confiar y que tienes algo de...
- ¡Dilo!... ¿Miedo?... Puede ser, pero no del peligro ni de los colombianos, ¡no!... tengo miedo de que fracasemos en todo esto, de que todo haya sido una equivocación, tengo miedo de no culminar mis planes, miedo de no hacer realidad mis sueños… de amor.
- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!... ¡Romántico ribereño!... ¡Sueña!... que yo igual vivo de sueños... cierra los ojos, cógela y estréchala en tus brazos con amor, besa su fría boca... la notas flaca ¿verdad?... ¡despierta, tonto, es tu descalibrado fusil!...
El día siguiente el mismo aburrimiento de la inactividad, agravado por la plaga de mosquitos que nos perseguían implacables; por huir de ellos me ofrecí para la conducción del rancho, que tenía que hacerlo desde nuestro campamento, utilizando para pasar el río una de las canoas, pero como eran tan grandes, tuve que utilizar una pequeña que había en el puerto, tan pequeña, que con solo mirarla parecía que se fuera a volcar. Así y todo cumplí la misión con éxito.
Regresamos muy entrada la noche, directamente a nuestras tarimas, pero encontramos la noticia de que al día siguiente, a primera hora debíamos asistir armados y equipados a una revista que debía pasar el comandante Calderón a las tropas en las trincheras.

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El final de un sueño-continúa. Al llegar la noche se metió en su camarote y se acostó. Imposible dormir, pensaba en Teresa, en el dolor ...