jueves, 3 de julio de 2008

EL RESCATE DE LETICIA-Novela de una frustración loretana

XIV
Mientras llegara la oportunidad de hacer las cosas en serio, teníamos que hacerlas aparentando seriedad, porque de otro modo no hubiera sido un ejercicio sino una pantomima; lo malo era que ni nuestros uniformes, ni nuestro equipo, ni nuestras armas, en fin, ni nuestro porte, nos daban apariencia de soldados… Y así, siempre resultó una pantomima. Tal el ejercicio, mejor dicho la revista anunciada.
La tropa se preparó como para entrar en contacto con el enemigo, pero, dábamos la impresión de haber sido sorprendidos y que hubiéramos acudido a las trincheras a medio vestir… unos sin bandas o con un solo lado de ellas, otros sin zapatos, algunos con pantalón de distinto color que la chaqueta y varios con solo camisa... Esto en cuanto a indumentaria; en el armamento igual descuido: cartucheras por deshacerse, la munición en el morral del servicio de comedor, las bayonetas sujetas al cinturón con pedazos de cordel, algunos que tenían tahalí lo llevaban colgando ridículamente detrás... ¡Una verdadera calamidad!...
En cuanto al porte, parecíamos un tropel de trabajadores que nos armamos para defendernos como diera lugar; muy pocos mostraban cierto aire marcial. Pero, veamos la revista.
Se oye el toque de formación; todos corremos y nos apiñamos en desorden... poco a poco va formándose la columna de a tres... el cabo Pizarro manda a nuestra sección:
- ¡Cubrirse!... ¡Vamos!... ¡Muévase rápido!... ¡No quiero verle la cara!... ¡Firmes!... ¡Permiso mi... ¡Descanso!
Aparece cojeando el capitán; su semblante está agrio como siempre; el sargento al verle manda:
- ¡Atención! - Todos nos cuadramos militarmente... Cornejo se acerca presuroso, el capitán pregunta:
- ¿Cuántos hombres hay en esta sección?
- ¡Treinta y ocho!... ¡treinta y nueve mi capitán! - contesta Cornejo.
- ¡En qué quedamos! - grita el capitán - ¡Ya ve que no sabe ni cuántos hombres tiene…! - ¡A ver! - continúa -¡levanten la mano los que tienen machete!
Todos levantan la mano.
- ¿Usted, tiene machete? - pregunta el capitán a uno que la levantó sin tenerlo.
- ¡No, mi capitán! - contesta el interpelado.
- ¡Entonces por qué levanta la mano... pedazo de animal!
Continúa su recorrido mirando a todos con atención.
- ¿Por qué no tiene chaqueta ese individuo? - grita nuevamente -¿Pero qué puñeta hacen los clases que no ven todo esto? ¿Para qué mierda están un cabo, un sargento y un oficial? ¡Tiene que venir el capitán para corregir esas cojudeces!...
Sigue por el estilo una larga observación en todas las secciones de la Compañía, matizada de los más groseros insultos y comentarios… al fin manda:
- ¡A las trincheras!
Todos nos precipitamos a los emplazamientos; Juan José y yo nos colocamos en el puesto central, donde está el capitán: somos agentes de enlace del Tren de Combate; parece que fuera de veras que vamos a entrar en acción... no puedo evitar un estremecimiento y siento correr por mi cuerpo como punzadas de miles de agujas...
El capitán recorre la trinchera dando las últimas instrucciones, de repente se acerca al cabo “Pajarito” y le pregunta:
- ¿Qué hace usted?
El aludido se vuelve sorprendido, lo mira entre asustado y respetuoso y no contesta.
- ¿Cuál es su misión?... ¿Qué papel desempeña aquí? - insiste el capitán.
El cabo “Pajarito” en la luna; lo peor es que como cabo más antiguo, está al mando de los grupos de comando de la Compañía.
- ¡Ya ve! - grita el capitán - ¡No sabe qué va a hacer, ni por qué está aquí, ni a quién va a obedecer!... ¡A ver usted! - dirigiéndose a otro cabo - ¿Cuál es su misión?
- Estoy al mando del grupo de comando de mi sección y a las órdenes del capitán de la..
- ¡No, señor! - interrumpe desaforadamente el capitán -¡Está usted a las órdenes del jefe de su sección!
Viendo y escuchando todo esto reflexionaba que no era posible que supiéramos algo, si nunca se nos había dicho ni enseñado nada al respecto y menos en estos últimos tiempos, y algunos había a los que habría que decirles todos los días, porque son tan brutos que no lo entenderían fácilmente.
El capitán manda:
- ¡Sobre un metro de la orilla del frente!... ¡Alza 700!... ¡Apunten!... - Todos obedecemos, pero, muy pocos han subido el alza; seguro estoy de que muchos no saben ni dónde está y es natural, porque la mayor parte no ha recibido instrucción de tiro y cargando topas, tejiendo crisnejas y cortando árboles no es como se aprende a encarar un Mauser, darle el alza que manda el jefe ni disparar con acierto. Pero el capitán piensa de manera distinta y al ver que su orden ha sido mal cumplida, grita: -¡So cojudos, cabrones de mierda!... ¡No saben ni apuntar el fusil!... ¡Así como están, si vienen los colombianos nos agarran y nos culean...!
Pero no corrige ni enseña; insulta, putea a soldados, clases, oficiales y se va...
Llega el comandante con el Estado Mayor -el verdadero, no aquél del que formo parte- miran todo y a todos, cuchichean, hacen algunas observaciones... La mirada de Calderón tiene algo indefinible, afectuosa seriedad, risueña persuasión, firme convencimiento… todos lo miramos como al paladín de nuestra causa, su vozarrón grave y profundo dando órdenes, haciendo observaciones, nos inspira confianza y adhesión, sentimos el impulso de resignarnos y llegar con él hasta el final.
Seguramente creía que sus tropas estaban bien instruidas porque los oficiales estaban ahí, tiesos y ceñudos... No sabía el bueno del comandante que cuando hubiera llegado la ocasión de hacer fuego de veras, muchas balas se habrían ido a las profundidades del infierno...
Y así terminó la revista.
Como postre del almuerzo presenciamos un incidente entre el capitán y el cabo Chale. Se había prendido fuego al horno de panadería que se construyó y como parte final de las instalaciones, varios soldados estaban preparando unas estanterías para colocar las latas con los panes que se amasaban, mientras llegara el momento de introducirlos al horno. Muchos rondábamos cerca, atraídos por el incitante olor de la masa en fermentación. El capitán, que acertó a pasar por allí, encontró al cabo Chale, cómodamente sentado y en animada conversación con los que trabajaban. Al verlo se puso de pié y simuló estar haciendo algo.
- ¿Y usted, qué hace aquí? - le preguntó el capitán.
- Estoy acomodando... las maronas* - le contestó tartamudeando.
- Acomodando... las maronas... - le remedó el capitán - ¿Usted cree que me va a cojudear?... ¡Está rascándose los cojones, pedazo de haragán!.. . ¡Vaya a batir las maronas como los otros!
- No sé hacer eso, mi capitán.
- ¡Claro! ¡Qué va a saber eso, si usted es un inútil... pero si sabe comer!... ¡Vaya a aprender!
- Pero, mi capitán… no tengo...
- ¡Obedezca, carajo! - gritó acercándosele - ¡Aprenda a trabajar para que tenga derecho a comer, concha su madre!
El cabo recluta se sintió ofendido, pero obedeció y mientras batía las maronas, no cesaba a regañadientes de formular amenazas contra el capitán. Este, seguramente oía lo que decía el cabo Chale, pero parecía hacerse el sordo.
Más tarde recibió el capitán una orden y según ella el cabo Chale debía pasar a la Comandancia como plantón; lo mandó llamar y le dijo:
- He hecho que le destaquen a usted al Comando, de plantón, porque no sabe batir maronas y aquí se necesita gente que sepa trabajar… no inútiles como usted.
De modo que, lo que seguramente buscaba el cabo Chale no lo consiguió: esto es, comerse los primeros panes que se irían a hornear.
En cuanto a nosotros, tan pronto como percibimos el olor que desprendían al hornearse, nos sentimos transportados al cielo, pero, más prácticos, fuimos a rondar cerca; era una lástima tener que esperar hasta el día siguiente para saborearlos. Nuestra intención era robar algunos, siquiera uno, pero fue imposible, los mismos oficiales vigilaban. Felizmente, a escondidas, Fernández, el que hacía de maestro panadero y en realidad lo era en su ocupación ordinaria civil, dio dos a Juan José, pero, como éramos tantos los del “Estado Mayor” apenas nos tocó una migaja.
Benjamín no pudo participar porque estaba castigado por orden del capitán. Así como era sufrido e impasible para tantas cosas, cuando se le ocurrió “cabrearse” del trabajo lo hizo con la misma tranquilidad, pero quiso su mala suerte que el capitán lo encontrara con un selecto grupo en animada charla, disfrutando de la plácida frescura de la tarde, al pie de un leche-guayo* y lo puso presentando el arma, rígido como una estatua, al igual que a Campos, Vásquez Sinti, Montes, Pinto… a todo el grupo.
La naturaleza guarda sorpresas para cuando menos se espera; se muestra agresiva, implacable, hasta cruel. Puede que sea la revancha que se quiere tomar contra los que turban su quietud, y talan, matan, sientan dominio con un derecho que los habitantes de la selva no reconocen.
Desembarcamos en una selva virgen, donde seguramente la humana planta jamás posó y la convertimos en un hormiguero de actividad humana; los añejos árboles cayeron abatidos por el hacha, el monte todo sintió un sacudimiento como al soplo de un huracán; multitud de senderos y anchos caminos cruzaban de un sitio a otro una gran extensión de terreno; la tropa caminaba por ellos dando la impresión de un pueblo por su animación.
Los pobladores del bosque, asustados, asombrados, huyeron a esconderse; acechaban ocultos su antigua morada; los reptiles, a rastras procuraban ocultarse cerca para no abandonar sus madrigueras y silbaban amenazadoras cerca de nuestros tambos.
Y cuando algún descuidado, se acercaba a un bosquecillo que ocultaba una culebra que no quería abandonar su escondite, ésta se erguía y trataba de infiltrar su ponzoña... ¡El destino de las víboras! La maldición bíblica se cumplía y la crueldad humana se cebaba en el reptil, destrozándolo a golpes con refinado ensañamiento.
Tuvimos ocasión de ver más de una docena de víboras de distintas clases y algunas boas, una de éstas tan grande como de la talla de cuatro hombres unidos y tan gruesa como el cuerpo de uno. Fue la que Ghersi llevó al campamento, quien no temía a las culebras, y sabía distinguirlas entre inofensivas y venenosas.
Una de sus bromas corrientes era meterse en el bolsillo una pequeña, llamar a alguien y simulando tener las manos sucias, pedirle que le sacara el pañuelo… El cabo “Pajarito”, cuyo miedo a los reptiles le hacía víctima propicia de las bromas de Ghersi, era el que más sufría cuando cazaba alguna culebra, la encerraba en un cajón y por curiosa coincidencia, era el cabo “Pajarito” el que estaba de guardia... Era una extraña manera de mantenerlo despierto. Pero una noche que dejó encerrada una desmesuradamente grande, para su propia tranquilidad, abrió el cajón y dejó que se fuera, pese a la recomendación que le hizo Ghersi, simulando tener gran interés por la culebra y amenazando castigarlo si no la vigilaba. Por cierto que tal amenaza no se cumpliría, pues lo único que hacía Ghersi era embromarlo tan desagradablemente.
Volviendo a lo de la boa. Una mañana Ghersi fue de cacería al otro lado del río, en aquella canoa tan chiquita; cuando al mediodía lo vimos regresar, como a la mitad del río, parecía estar sentado sobre un tronco que hubiera puesto en la canoa. Al llegar a la orilla nos dimos cuenta de que lo que había en el fondo de la canoa no era el tal tronco, sino una tremenda boa, doblada en dos, para que cupiera en ella…. y Ghersi, sentado sobre la boa, remaba tranquilamente...
En un principio creímos que estuviera muerta, pues cuando mandó a dos soldados a sacarla, lo que hicieron atándole dos cuerdas de las que tiraron, el reptil permanecía inmóvil; la extendieron en la pampa y medía más de seis metros; nos pusimos a uno y otro lado para verla de cerca, el capitán Vargas Llosa, de la Cuarta Compañía, se le acercó y con un palo que llevaba a guisa de bastón, empezó a picarla; de pronto el reptil se movió y... ¡hubo que ver!.., como impelidos por un resorte todos dimos un salto para atrás… ¡No estaba muerta y el bárbaro de Ghersi había estado en la canoa a caballo sobre ella!...
Una mañana el soldado Saavedra fue víctima de la mordedura de un jergón -según se sabe es una víbora muy venenosa-en el momento que extendía la mano para sujetar unas ramas que debía cortar, debajo de las cuales estaba escondida. La mordedura fue en los dedos cordial y anular de la mano izquierda; la víbora pagó con su vida, pues los que estaban cerca la molieron a palos, en cuanto al herido, inmediatamente le hicieron un torniquete con un pañuelo, lo condujeron a su tambo y alguno fue en busca del médico.
Mientras este llegara, siguiendo prácticas empíricas, le dieron a beber una gran cantidad de aguardiente y cuando llegó el médico le aplicó una inyección de permanganato en los dedos y otra de suero anti-ofídico; le aflojó el torniquete y una ligera hemorragia se produjo por los dedos heridos.
Seguramente el muchacho debía sufrir mucho y en su borrachera, que sobrevino rápidamente, por la gran cantidad de aguardiente que había bebido, gritaba desesperadamente. Lo curioso del caso fue que, en lugar de maldecir a la víbora, causante de su mal, decía barbaridades del capitán e insultaba a los oficiales que estaban presentes.
Saavedra ya no corría peligro, por la mordedura de la víbora, pero había que esperar qué le dirían o harían los oficiales a los que había insultado.
Nos dijeron que la lancha “Estefita” llegaría con 115 hombres que conformaban una unidad de batería anti-áerea. La tropa no me interesaba; lo que quería era recibir cartas, sobre todo de alguien de quien había recibido solo una.

MARONA*.- Especie de bambú.
LECHE GUAYO*.- Árbol cuyo fruto semeja la goma de mascar.

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