sábado, 19 de julio de 2008

EL RESCATE DE LETICIA-Novela de una frustración loretana

XX

¡Año Nuevo!.. Todo hacía suponer que lo iríamos a pasar mejor de lo que hasta entonces lo habíamos pasado; el nuevo jefe de nuestra Compañía estaba demostrando ser un verdadero militar y una gran persona, todo lo hacia en la medida de lo razonable y a cada día teníamos nuevas oportunidades de comprobar y reconocer sus acertadas disposiciones: la alimentación mejoró notablemente, la organización del trabajo lo hizo casi placentero y lo más importante, la instrucción y los ejercicios militares empezaron a hacerse con regularidad.
Las últimas horas del año que se iba la pasamos en un ambiente de desbordante alegría; casi al anochecer llegó Sifuentes a nuestro campamento con todo lo necesario para celebrar dignamente el advenimiento del nuevo año; varias botellas de licor que quien sabe como las habría conseguido. Eleazar intervino en la preparación de varios menjunjes, que a medida que iban apareciendo los íbamos catando para dar fe de su calidad, haciendo cálidos brindis por las cualidades de todos los presentes y en recuerdo de nuestros queridos ausentes.
Ya bien entrada la noche y con los vapores en la cabeza nos dirigimos al campamento de la Cuarta Compañía, de cuyos jefes, habían recibido los nuestros una amable invitación a toda la nuestra, para festejar juntos la recepción del nuevo año, con una cena. El campamento quedaba bastante alejado del nuestro y el camino que conducía a él era muy escabroso, pero la sonriente luna, nos lo enseñaba con toda claridad, casi amorosamente, para evitarnos tropezones o caídas, muy posibles por nuestro
estado etílico. Al verla por encima de todo y tan bella como siempre, no pude menos que pensar en mi novia, que tan lejos estaba… No sentí ni tristeza ni pena…
me había resignado y los tragos me ayudaron a huir de su recuerdo; hablaba como el que más, reía como un loco y ninguno de mis compañeros podía imaginar el negro crespón que a ratos me sofocaba interiormente... Entonces comprendí porqué tantos pretenden ahogar sus penas en el alcohol y sus pesares en las bacanales...
Llegamos al campamento y encontramos una gran concurrencia en la más agitada animación; parecía estar todo el destacamento. Una concertina, un cajón vacío, una lata vieja y dos cucharas eran los instrumentos musicales de una de las orquestas, haciendo mano a mano con otra de un pífano, dos guitarras y una voz enronquecida que lanzaba al aire las típicas notas de una marinera o un chimayche*. A la mortecina luz de varios faroles se veía en un círculo lleno de humo, una confusa aglomeración de gente que bailaba alocadamente a los acordes de esa música y se oían los gritos, palmas y silbidos que hacían coro. En un ángulo alejado un guitarrista arrancaba a las cuerdas de su desvencijado instrumento las notas melancólicas de un viejo valse criollo; la plañidera voz del cantor parecía un lamento de enamorado, una queja de proscrito, que se ahogaba en el griterío.
Contemplando toda esa gente que por un instante olvidaba sus miserias, y sin pensar en el mañana derramaba la alegría que en un rincón del corazón le quedaba, creí comprender lo que es la vida para los humanos; la larga mascarada, la comedia con sus ribetes de drama en la que todos tratamos de actuar con la moderación impuesta por la cultura, con el respeto que exige la civilización, dentro de hipócritas convencionalismos, aparentando lo que realmente quisiéramos ser... Y cuanto más civilizados somos o nos creemos, cuanto más distinguido es o creemos que es, el ambiente en que actuamos, más sofisticados y falsos son nuestros actos, como con un freno, como con un lastre que nos pone las buenas costumbres.
Pero cuando por un instante puede el ser humano despojarse del papel que la conciencia, la educación y la cultura le imponen, cuando hay un estímulo que despierta adormecidos instintos, cuando encuentra un ambiente que excita sus naturales emociones, aflora el personaje escondido, la mentalidad sofocada, el atavismo sujeto, el salvaje incontrolable ,la bestia dormida...
Tal sucede cuando la rugiente e imbécil humanidad saluda un nuevo año, con alegría incomprensible de haber dejado atrás horas, días, de ineludible vivir y quiere gozar la esperanza de otros mejores, olvidando sus miserias morales, insensible a sus dolores físicos, sin reconocer sus limitaciones… esperando un año mejor, sin darse cuenta que es un año menos de vida.
El viejo Cronos, adormecido en el rodar insensible de las horas no cuenta la vida y ha perdido la cuenta del tiempo; cuando la alegría del mundo, en ese leve pestañear de la eternidad, lo despierta de su letargo, sonríe compasivamente, rompe y tira otra hoja de su calendario y vuelve a adormecerse... ¡No cuenta la vida y ha perdido la cuenta del tiempo!...
¿Quién puede afirmar que no está alegre el que ríe, que no es feliz el que canta?... La vida es un engaño y debemos engañarnos nosotros mismos... no debemos salir nunca de los dominios de la fantasía, soñemos con lo lejano como si lo tuviéramos cerca, con lo deseado como si fuera nuestro, con lo imposible como si se hubiera realizado... Solo así podríamos vivir felices…
Guillermo Brown y Fonseca se unieron a nuestro grupo con sendas botellas de un agradable licor, dulce, excitante, pero traicionero... A Sifuentes se le subieron sus vapores en mayor grado que a nosotros y quería bailar con todo el mundo; todos bailaban alocadas marineras y chimayches sin la remota idea de lo que estaban bailando, en medio de los gritos de júbilo y entusiasmo de los que les rodeábamos. Yo me sentía contagiado pero la importuna herida que tenía en un pie me molestaba mucho y me limité a moverme como si estuviera hecho de mercurio y gritaba como un energúmeno.
El furor de la fiesta, como las tempestades de la selva, crecía y amainaba por momentos; músicos y danzantes parecían no sentir fatiga, el entusiasmo estaba en su apogeo... de pronto se oyeron voces como órdenes, pero con tono muy agradable... ¡A la cocina!... ¡A la cocina!...la llamada amenazaba congestión, pero cosa curiosa... no se produjo la avalancha que diariamente se veía a la hora del rancho; en forma casi ordenada entraban y salían, cada uno con lo que recibía de los que estaban a cargo de la distribución, de lo que podríamos llamar cena; primero nos sirvieron una sustanciosa sopa de vaca con una serie de aderezos y cuando la terminamos y fuimos a devolver la cacerola, nos dieron un gran jarro de café con dos descomunales, panes… Muchos repitieron la ración. El subteniente Barbis lo supervisaba todo cumplido y amablemente; lucía una bien cuidada barba que hacía honor a su apellido.
Continuamos la fiesta hasta el amanecer con el mismo entusiasmo y alegría con que empezamos, pero, todo tiene su fin, poco a poco fue vaciándose el tambo que sirvió de escenario a la fiesta; la luz del nuevo día alumbró nuestro regreso, fatigados, vacilantes por la embriaguez, pero el desayuno nos reconfortó y nadie pensó en dormir, primero, porque no era posible que convirtiéramos una cuadra de soldados en una pocilga de borrachos y luego que ya se estaba preparando en nuestra Compañía la fiesta con que debíamos celebrar el Año Nuevo, que superó todas las suposiciones. Los jefes, que estaban demostrando serlo de verdad, parecían querer exteriorizar toda la simpatía y consideración que le merecía la tropa. Hasta entonces parecía habernos tocado la excepción.
Hicieron preparar un almuerzo extraordinario, que por la pompa con que fue servido, resultó más extraordinario aun. Todas las mesas fueron adornadas con ramilletes de flores silvestres, artísticamente colocadas en sus respectivos floreros de “marona”; el agua - reemplazando al clásico vino - en jarras de vidrio, que quien sabe de dónde las sacarían, estaba distribuida a lo largo de todas las mesas, las que fueron colocadas formando una u.
No hubo toque de rancho, a la hora indicada, la secciones, una a una, empezaron a acomodarse; la de cañones antiaéreos, fue la primera en hacerlo, luego la segunda, siguió la tercera, enseguida la primera y por último la de Comando que era la nuestra; Rospigliosi y Mogrovejo se sentaron a la nuestra que ocupaba el fondo. Al tomar asiento los oficiales alguien gritó; ¡Un hurra por nuestros oficiales! ¡Hip!... ¡Hip!... Todos contestaron con un estentóreo ¡Hurra!. . . Era la primera expresión de simpatía que se tributaba a nuestros oficiales.
Nadie había pensado en los brindis y menos en discursos, pero, al terminar el almuerzo, que discurrió en la mayor animación, se produjo cierto silencio y se notaron algunos cuchicheos… ¡Que hable fulano!... dijo uno. ¡Que hable zutano!... gritó otro.
De pronto se puso de pie Pablo Tello del Águila y habló:
¡Compañeros de armas!... En este día tan celebrado, 1º de enero, tributemos una muestra de simpatía a nuestros jefes, deseándoles un feliz año nuevo, haciéndoles la promesa de que en todo momento encontrarán en nuestros pechos, la gratitud por la consideración que nos demuestran y la decisión de ser para ellos soldados resueltos, que les seguirán como baluarte de sus vidas, hasta el sacrificio y el triunfo... ¡Hasta el triunfo, porque la Patria lo exige y solo allá pueden conducirnos oficiales
como los nuestros!... ¡Compañeros!... ¡Vivan nuestros oficiales!...
Se escucharon prolongados aplausos y mirando a los oficiales se les notaba complacidos.
Se levantó luego Humberto Campos Panduro y luego de un breve silencio, estrategia de orador, muy suya, para provocar suspenso, empezó:
¡Compañeros!... ¿Vosotros que sois hombres y habéis pasado muchas veces el año nuevo, habéis pasado alguna vez mas contentos y alegres que hoy?... ¡Nunca!... Por eso, este año se grabará de modo imperecedero en nuestros corazones con el recuerdo de nuestros dignos oficiales. Toda expresión de gratitud no reflejaría el sentimiento que se agita en nuestras almas; por eso compañeros, yo os invito a dar un viva a nuestros oficiales, que suene como el juramento de serles fieles... ¡Compañeros!... ¡Vivan nuestros oficiales!... ¡Viva el año nuevo!... ¡Viva la Patria!
Todos estábamos entusiasmados y aplaudimos a rabiar; los oficiales se levantaron y buscando a Tello y Campos los abrazaron efusivamente.
Se cantó y bailó hasta más o menos las dos de la tarde, al son de una concertina, cajones y canto, orquesta con que se inició nuestro almuerzo. Como había sobrado licor de la preparación Sifuentes, lo seguimos bebiendo desde la mañana abundantemente y luego como aperitivo, motivo por el que estábamos más que alegres, tanto, que desde el amanecer hasta antes del almuerzo habíamos estado dando abrazos de año nuevo a cuanto bicho viviente encontrábamos.
Se acabó el banquete y como en él no había, como en otros de largos manteles y adornos de oropel, camareros o sirvientes, tuvimos que lavar nuestras cacerolas nosotros mismos.
Como a las 4 se oyó el zumbar de un avión; era un Corsair que estaba de exploración, en busca del R 10, que según nos enteramos entonces, después de salir de nuestra guarnición no había llegado a Iquitos, por lo que, en el temor de que hubiera sufrido algún percance, varias máquinas salieron a explorar la región. Volvió a partir el Corsair y al día siguiente recibimos la noticia de que había sido encontrado. Según la versión oficial, una tempestad desvió al R 10 de su ruta, llevándolo hacia el Yavarí, pero afortunadamente logró acuatizar en un afluente lejano: el Yavarimirí, donde fue localizado.
Durante cuatro días fue buscado infructuosamente y ya lo habían dado por perdido; recordamos que en él viajó nuestro capitán y la mala fe con que lo despedimos, arrepintiéndonos de haber deseado su mal, que por poco se cumple, y habría sido el infortunio de sus acompañantes.
Pocos días después llegó de Puerto Arturo la lancha “Libertad”, conduciendo víveres y correspondencia; el sargento Valles fue a ella y regresó con muchas cartas. Por la costumbre de nunca recibirlas, en tono de broma, pero con una remota esperanza, le dije cuando las estaba repartiendo:
- Seguro que no hay ninguna para mí.
- Espera - me contestó y buscando, buscando, con gran sorpresa mía fue entregándome una, dos, tres... ¡cuatro cartas!... Me bastó mirar el sobre para darme cuenta de que todas eran... ¡de mi novia!... ¿A qué decir lo que fácilmente puede imaginarse?... Sentí salírseme el alma para gritar su felicidad a todos los vientos... corría alocadamente sin sentir el dolor de la herida de mi pié... hablaba como si tuviera cuerda... ¡estaba inmensamente feliz!



CHIMAYCHE*.- Danza amazónica.

EL COLMILLO DEL LAGARTO. Capitulo IX

El final de un sueño-continúa. Al llegar la noche se metió en su camarote y se acostó. Imposible dormir, pensaba en Teresa, en el dolor ...