viernes, 12 de septiembre de 2008

EL RESCATE DE LETICIA-Novela de una frustración loretana

XXXI


Pasaron algunos días de tensa ansiedad, sin bolas ni rumores en relación con el encuentro que nuestras tropas habían sostenido en Gueppí; parecía, más bien, que todos tratáramos de no hacer comentarios ni menos suposiciones, como si tuviéramos el temor de llegar a saber algo peor de lo que nos estaba ocurriendo; no queríamos alentar la esperanza de éxitos alcanzados y menos pensar en que pudiéramos sufrir otro revés. Hasta que por fin se confirmaron las noticias; aparecieron algunos informes periodísticos y más tarde el detalle de toda la acción.
Se comprobó entonces que los colombianos habían desistido de su ataque a Leticia; que la anunciada expedición punitiva había variado su plan y estaba atacando otros puestos de la frontera peruana, de cuya situación de abandono y falta de elementos de defensa, posiblemente se había enterado.
Recién después de la pérdida de Tarapacá, el Comando de las Operaciones del Nor- Oriente se dio cuenta de que dicha expedición podía atacar los puestos del Putumayo, de los que los más importantes eran Puerto Arturo y Gueppí, cuyas defensas dejaban mucho que desear y cuyo efectivo militar, armamento y abastecimientos eran insuficientes.
Recién entonces, al comprender el peligro, precipitadamente, el Comando del Nor- Oriente ordenó el regreso de las Compañías que había retirado de Puerto Arturo para trasladarlas a Leticia; recién entonces se dio cuenta de que Puerto Arturo, centro de operaciones del Putumayo, no debió ser desguarnecido; recién entonces reconoció la importancia de Gueppí, como guardián de dos fronteras, que increíblemente, un mes antes de ser atacado sólo tenía 82 hombres.
El coronel Ramos al tomar el Comando inmediatamente después de haberse producido el conflicto e inspeccionar las fronteras, se había dado cuenta del estado de las guarniciones, la insuficiencia de tropas y la falta de armamentos y estuvo clamando al Alto Comando y al Ministerio por el envío de material y armamento, pero sólo encontró falta de atención y una incomprensible resistencia.
Gueppí estaba, pues, casi abandonado, incomunicado con casi todas las guarniciones por falta de equipos de transmisión o averías constantes en ellos, tanto que, oficialmente se mencionó, que para comunicarse entre puestos cercanos del Putumayo se estaba usando un sistema primitivo de comunicación de las tribus selváticas, al que se le dio el nombre de “manguaramas” y consistía en transmitir por golpes en troncos huecos de manguaré*, señales convencionales... ¡En pleno siglo XX!...
En tanto, las fuerzas colombianas se hacían cada vez más presentes; sus cañoneras y las lanchas peruanas apresadas “Sinchi Roca” y “Huayna Cápac”, subían y bajaban frente a Gueppí, transportando tropas y material a los emplazamientos que abrían en la margen opuesta: arriba de la boca del río Gueppí una concentración de tropas y material y abajo una base naval y aérea, desde donde, diariamente, efectuaban vuelos de reconocimiento.
Días antes del ataque a Tarapacá, las fuerzas colombianas ocuparon las islas peruanas frente a Gueppí, denominadas 1 y 2, apresando a tres soldados peruanos.
No eran pues, molinos de viento, castillos o barcos encantados, ni botijas de vino, que nos expusieran a una quijotada... eran cañoneras con muy buena artillería, tropas muy bien armadas en número, a simple vista muchas veces mayor a las defensoras de Gueppí. Pero la consigna era esperar el ataque. Una disposición del Comando General de las Operaciones del Nor-Oriente, decía que las tropas peruanas no debían abrir el fuego mientras no fueran atacadas. Tal disposición tenía vigencia en todos los frentes.
Despejada la incógnita, el Comando trató de concentrar tropas en el Putumayo. Seis días después de la toma de Tarapacá, una Compañía de reclutas se embarcó en Iquitos al mando del capitán Tenorio, con destino al Gueppí. Apilados como reses en una lancha de 60 toneladas después de 9 días de penoso viaje llegaron a Pantoja; atacados por el paludismo y la disentería, tan enfermos que muchos tuvieron que regresar, los demás, a marchas forzadas, cruzaron el varadero de Pantoja a Gueppí.
Un viaje así, desafiando la inclemencia de la selva, a través de accidentadas trochas y pantanos interminables, es durísimo; no sólo causa fatiga y agotamiento físico en el hombre extraño a ella sino que puede perturbarlo síquicamente, según su temperamento y carácter, por las dificultades que tiene que afrontar, por la amenaza de las enfermedades endémicas, como las fiebres palúdicas, contra las que la tropa tenía muy poca protección.
La Compañía llegó a Gueppí disminuida por los muchos enfermos y la guarnición solo alcanzó un efectivo de 194 hombres con sólo 5 ametralladoras y 4 fusiles ametralladora. En cuanto a las defensas, mucho les faltaba para ofrecer eficiente protección a la tropa y resistencia a los atacantes… ¡No tenían una sola pieza de artillería!
Tan precaria situación trataron de mejorar haciendo más trincheras y organizando las fortificaciones, alentados por la esperanza de que pronto llegaran la artillería y los refuerzos que estaban en camino, a dos jornadas en víspera del ataque, o decididos a mantenerse firmes en sus posiciones.
El domingo 26 de marzo, las cañoneras colombianas entraron a las aguas peruanas, atacando simultáneamente el Puesto Nº 2 en la boca del río y el Puesto Nº 1 más abajo del centro de los emplazamientos, con intenso fuego de artillería de los buques y de las islas que habían tomado, protegiendo el acercamiento de los transportes, las lanchas peruanas apresadas y otras colombianas, para el desembarco de las tropas que conducían, en una formación abierta como abanico.
Tres aviones de caza y tres de bombardeo se sumaron al ataque: bombardeo y ametrallamiento de las posiciones. Después de 3 horas de dura resistencia, ante el intenso fuego enemigo y al desembarco de las primeras tropas frente al Puesto Bolognesi, la sección que lo defendía abandonó las posiciones y se replegó, igualmente los defensores de los puestos 1 y 2; el fuego enemigo empezó a concentrarse en las posiciones centrales y las tropas que desembarcaban empezaron a cerrarse sobre los defensores, que sólo podían oponerles el fuego de sus ametralladoras y de fusilería, sin causar mayores daños.
El grueso de la Compañía, para evitar ser envuelta y copada recibió la orden de replegarse hacia el varadero; la sección del teniente Garrido Lecca, se replegó a la segunda línea de trincheras para proteger la retirada de las otras secciones y la trocha del varadero; allí, el soldado Alfredo Vargas Guerra desafió, con solo su fusil, la superioridad numérica y el fuego de los atacantes y se sostuvo hasta caer destrozado por la metralla... el oficial cayó prisionero.
Solo quedaron en el centro de los débiles emplazamientos 7 hombres, parte de un grupo de combate al mando del sargento Fernando Lores, para proteger la retirada de la Compañía y el acceso del enemigo al varadero, con sólo una ametralladora...
El soldado Reynaldo Bartra Díaz defendiendo el ala izquierda y el cabo Alberto Reyes el ala derecha, hicieron fuego hasta enrojecer sus fusiles; Lores, seguido de su cargador y sus proveedores corría de un lado al otro del foso, disparando su ametralladora sobre los atacantes, tan intensamente que parecía que fueran muchos los defensores que estuvieran tras de la trinchera... Ese grupo fue la última defensa de la guarnición de Gueppí. ¡Todos eran loretanos!...
Fue una misión de sacrificio, que ninguno vaciló en asumir... ¿Por disciplina?... ¿Por principio?... ¿Por amor a su tierra?... En el supremo instante de su decisión todos esos sentimientos se conjugaron y crecieron en tal magnitud, que desbordaron los límites de lo humano y lo posible, cruzaron los dinteles de lo épico con tan luminosos resplandores, que disiparon toda sombra y cualquier duda.
La artillería colombiana concentró su fuego en el último reducto, las tropas avanzaron para cercarlo y reducirlo, con poderoso fuego de ametralladoras y fusilería... cayó Bartra Díaz… cayó Alberto Reyes… y enmudecieron sus armas... en el fondo de la trinchera ya no quedaba de ellos más que ensangrentados despojos y sus humeantes fusiles... pero, la epopeya no había terminado...
Una ametralladora seguía vomitando fuego, como si fueran muchas y estuvieran en distintos sitios. . . era el sargento Lores que se trasladaba como en alas del pensamiento, salía de distintos puntos y disparaba ráfagas de muerte... El tiempo parecía detenerse admirando su temple y su coraje... su sangre ya empapaba su uniforme... vio caer a otro de los suyos a sus pies, se inclinó para ayudarlo… estaba muerto... se irguió de nuevo, él también estaba herido y sangrando, rompió el borde de su chaqueta y lo hundió en su ingle, por la cintura del pantalón, sin un gesto de dolor...
Dos de sus últimos hombres, Pinche y Revilla, heridos, sangrantes, incapaces de moverse, trataban de arrastrarse para ir tras él... lo seguían con la vista de uno al otro extremo del foso, como a una exhalación; lo veían salir y disparar ráfagas de metralla lanzando gritos de desafío... los demás no podían verlo porque estaban muertos... ¡Se había quedado solo!...
Salió de la trinchera al encuentro de la gloria, disparando y cubriéndose en los huecos del terreno... ¡era la furia de la selva convertida por sus manos en tempestad de plomo!... ¡era la voz de un hijo de la selva en ronco tronar de metralla amenazando muerte!... ¡era un corazón palpitando Patria, que agigantaba un arma para contener la avalancha del número y la fuerza!...
Pero el enemigo avanzaba incontenible disparando nutridamente, cada vez más cerca... Lores emergía y disparaba, desaparecía y aparecía en otro sitio para volver a disparar... Tal esfuerzo no podía durar… el milagro tenía que acabar porque la inmortalidad venía a su encuentro llameando plomo y envuelta en fuego… una ráfaga enemiga le rodeó la cintura en mortal abrazo y lo destrozó... alzó los brazos con la ametralladora empuñada como para lanzarla en postrer desafío… se dobló lentamente y hundió su cabeza en el suelo en actitud de reverencia... como para besar la tierra y se dio la vuelta para mirar por última vez el sol de su selva.
¡Quizá una maldición fue su último esfuerzo, no porque se sintiera morir, sino porque ya no tenía fuerzas para seguir defendiendo su tierra que tanto amó!...
Un médico colombiano contó después, narrando la toma de Gueppí, que al llegar cerca de la trinchera a reconocer al que se había multiplicado disparando su ametralladora para contener el ataque, viendo todavía en el cuerpo ensangrentado algunos signos de vida, se inclinó para mirarlo mas de cerca y tomarle el pulso... Lores abrió los ojos y en un supremo esfuerzo le lanzó un escupitajo.
Mientras tuvo fuerzas para disparar su ametralladora regó muerte entre los que invadían su tierra e insultaban su amor patrio…destrozado ya, su último aliento fue el desprecio lanzado a la cara del invasor...
¡Cayó el titán y los colombianos ocuparon la plaza que había ofrecido resistencia mientras estuvo con vida un loretano!... ¿Esa era la cobardía que el general Sarmiento achacaba a los hombres de la selva?... ¡Si así eran los cobardes... cómo serían los valientes!



MANGUARE* .- Troncos huecos dispuestos en pares, usados por los indígenas amazónicos como telégrafo al ser percutidos; se llama “macho” al grave, y “hembra” al menos grave y más pequeño.

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