viernes, 17 de octubre de 2008

EL RESCATE DE LETICIA-Novela de una frustración loretana

EPILOGO


...se casaron y vivieron felices...

Así terminan todas las novelas; ésta, que quisiera serlo, termina igual, porque Paulina y el protagonista reanudaron el romance que un alucinante tráfago había interrumpido y llegaron al altar; la gran Colombia y el Perú, se unieron también por remozados lazos de interés y conveniencia, renovaron su amistad, aunque no felices por igual.
Montado el gran final para escenificarse en el gran teatro de la Liga de las Naciones, la fina diplomacia colombiana inició la reconciliación con los parabienes que presentó uno de sus más destacados diplomáticos al nuevo mandatario de la nación. Fue correspondido con una invitación especial al palacio presidencial, que culminó con entrevistas a puertas cerradas, en las que determinaron, en trato directo, el destino de las tierras en disputa y la expatriación de miles de peruanos.
Nuestros políticos y diplomáticos reanudaron con más énfasis sus discursos en elogio de sus ilusorios triunfos en la pugna por mantener el respeto de nuestra soberanía e integridad territorial, haciendo coro con los panegíricos de los nuevos áulicos y las alabanzas de los arribistas y serviles cortesanos, al magno esfuerzo y noble sacrificio del nuevo gobernante en pro de la paz...

...Y Leticia fue entregada nuevamente...

En la luminosa acción de los que ofrendaron sus vidas, muchos trataron de esconder su incuria, su negligencia, su incapacidad... en esa brillante aureola procuraron ocultar la orfandad de sus acciones y la pobreza de su méritos.
El ejército los proclamó sus héroes y los militares, orgullosamente, pregonaron sus nombres cantando la epopeya, como si hubiesen presenciado su sacrificio, como si hubieran comprendido su abnegación, como si no hubieran sido cómplices de su inútil inmolación.
El hombre de la selva, el dueño de la montaña, el loretano, los consagró como símbolo de sus defraudadas esperanzas de rescate, como una nueva herida del alma, abierta más dolorosamente.
Los nombres de los lejanos puestos donde cayeron, quedaron para la posteridad grabados con la sangre de aquellos ilusos abandonados a un sacrificio estéril, de aquellos que fueron abandonados por una extraña interpretación logística, en lugar de ser apoyados en la defensa de su suelo, como expresión de la voluntad de un pueblo, muriendo todos, como en una nueva Numancia, antes que permitir que la planta enemiga hollara nuestra tierra.
Las trincheras de Gueppí, regadas con la sangre que salpicó sus fosos, hicieron germinar una nueva doctrina de regionalismo y peruanidad, para regar en los ámbitos, a través de todos los tiempos, como un clamor vindicatorio, el rugido de indignación y amenaza de sus defensores, entre el fragor del trueno y el fulgor de los relámpagos de las tempestades de la selva, vívido recuerdo del fuego que vomitaron los fusiles y la ametralladora con que se inmortalizaron Lores, Bartra, Reyes, protegiendo la retirada de su Compañía, que penosamente, llegó hasta allí, solo para ofrecer a un pueblo ansioso, a una Nación expectante, el sacrificio de esos titanes...
La pugna profesional entre altos jefes, el interés político, hizo desoír la demanda de tropas, armas, municiones por las que estábamos clamando los expedicionarios. Bien lo sabía el Jefe del Comando de las Operaciones del Nor-oriente cuando dijo:
“estamos satisfechos del comportamiento de nuestras tropas y oficiales... no se puede tener idea de las inmensas dificultades naturales que hay que vencer para realizar una campaña en la selva, las enormes distancias que hay que recorrer abriéndose paso por entre espeso monte, machete en mano, atravesando ríos y ciénagas a cada instante, donde el clima es inclemente y las fiebres son inevitables...”
¡No!... No podía tener idea porque nunca vio la selva a no ser desde un avión... ¡Nosotros éramos dueños de ella, pero no teníamos armas, caminábamos por ella, pero no teníamos alimentos, nosotros estábamos luchando contra las fiebres, pero no teníamos medicinas!
Mientras tanto, nuestros políticos trataban de sostener a sus caudillos para no perder el poder, nuestros generales deliberaban y discutían para decidirse a cual de ellos apoyar, nuestros diplomáticos, envueltos en las redes dialécticas de la intangibilidad de los tratados, incorporaban una nueva semántica para el honor nacional... Fueron incapaces de comprender el fervor regional loretano, no se atrevieron a respaldar el clamor de un pueblo despojado, desoyeron la ansiedad del nativo de recobrar su nacionalidad.

...¡Y Leticia fue entregada nuevamente!...

Y cuando un oficial loretano que había estado en Leticia, que había visto la realidad de nuestro abandono, que había presentido el final de la mascarada, se alzó en armas contra esa nueva entrega, lo acusaron de traidor a la patria... ¡lo llamaron loco!.., como locos llamaron a los que lo secundaron... como locos debieron llamarnos a todos los que soñamos que Leticia volvería a ser peruana.
Tejedo quiso hacer acción la protesta que nuevamente estaba conteniéndose en todas las gargantas, presintió, como muchos presentimos, que nuevamente seríamos traicionados; conocía como muchos, “la historia sociológica y política de su patria”... Por eso tuvo, al ser juzgado, la entereza y claridad que da la desesperación, ante el fracaso de una causa justa, de lanzar ante sus jueces, frases acusatorias al proceder del gobierno y afirmó que Leticia sería nuevamente entregada a Colombia...

...¡Y Leticia fue entregada...

Sus jueces, endurecidos en la disciplina de cuartel, ofuscados por un equivocado concepto de honor militar, desviados por su particular entender del amor a la patria, fueron incapaces de comprender la mentalidad de Tejedo, la magnitud del amor a su tierra, su idiosincrasia de hombre de la selva, el tácito sacrificio de su carrera en aras de su regionalismo... y lo condenaron, igual que a los once clases que le acompañaron, por ... TRAICION A LA PATRIA...
¿Pudo haber jamás mayor absurdo?
Ellos, igual que los que cayeron en Gueppí, defendían la misma causa, era el rescate de su tierra su ideal, era Leticia su símbolo, era el sentimiento de la integridad de la patria lo que los impulsó... pero, a unos los ensalzaron y a otros los infamaron, a unos los llamaron héroes y a otros traidores a la patria... traidores a esa patria, que si pudiera hablar, pregonaría el grandioso valor, la cabal dimensión patriótica de su gesto... los reivindicaría para justicia y honor nacional...

...Pues Leticia... ¡fue entregada nuevamente!...

Los militares volvieron a sus cuarteles a ufanarse de la campaña y a esperar los aniversarios de la inmolación para festejarlos, volvieron a lucir sus brillantes uniformes en pomposos desfiles y a ejercitarse para ilusorias campañas... ¡Ya nada teníamos que perder!
El festín parecía terminado; los vecinos, todos, ya tenían su parte de suelo peruano... conquistado... arrebatado... cedido... ¡qué importaba!... Lentamente había ido disminuyendo nuestro inmenso territorio, heredad de los mayores, legado de la historia. ...Palabras, tratados, sangre... llenaron su lugar en sus páginas, tornando en recuerdo la visión de un Perú grande en extensión... porque nunca tuvimos habilidad para convencer, poder para vencer, ni armas para defender nuestros argumentos.
Los Caínes se llevaron casi la quinta parte de los territorios y crecieron a expensas del Abel sudamericano y nuestros políticos, nuestros militares, nuestros diplomáticos seguían agasajándolos... rindiéndoles entusiasmados homenajes... abriéndoles todas las puertas... olvidando ¡increíblemente!... que uno de esos Caínes saqueó nuestra riqueza, destrozó nuestras reliquias, quemó nuestros altares, mató a sus padres, mató a sus hermanos... violó a sus mujeres...
...¡Y los llamaban hermanos!...
Seguíamos confiados, como siempre desunidos, cada quien tratando de empinarse, aunque fuera aplastando a los demás; expuestos a la traición que genera la envidia o el ansia de llegar al poder; seguíamos desarmados para amparar nuestros derechos, pues, las pocas armas que siempre tuvimos, solo sirvieron para hacer revoluciones, para sostener dictaduras, para sojuzgar al pueblo...

¡Por eso, Leticia fue entregada nuevamente!...

No hay comentarios:

EL COLMILLO DEL LAGARTO. Capitulo IX

El final de un sueño-continúa. Al llegar la noche se metió en su camarote y se acostó. Imposible dormir, pensaba en Teresa, en el dolor ...