lunes, 8 de octubre de 2018

EL COLMILLO DEL LAGARTO. Capitulo VIII


LA GOTA QUE DESBORDA LA COPA.

Ausente, Manuel la vida de Teresa volvió a ser un martirio. María la asediaba abrumándola de reproches por el más insignificante detalle,

acusándole del abandono en que la dejaría al casarse.
-¡Yo te crié con la esperanza que fueras ayuda y consuelo de mi vejez!
-¡Hija ingrata!.. ¡No comprendes que solo quiero tu bien!
-¡Con el tiempo vas a pagar todo el mal que me estás haciendo!  Teresa trataba de eludir a su madre para evitar su maltrato, buscando refugio en el silencio y el aislamiento, pero ella la perseguía, la brevedad de sus respuestas, era motivo de insultos y castigos; para evitar tal persecución fingía malestar, se acostaba casi al ponerse el sol y pasaba largas horas sin conciliar el sueño; escuchaba su toque en el reloj y su imaginación la hacía esperar ansiosa e inútilmente el silbido que anunciaba la presencia de Roberto a la hora acostumbrada. Su pensamiento volaba por desconocidos parajes en su busca, tras de huidiza fantasía que no alcanzaba ni veía. Lenta e insensiblemente la pertinacia de su obsesión se convertía en sueño, envolvía sus brazos a su larga almohada, la estrechaba en su arrobamiento, con la ilusión de al fin tener al que su imaginación perseguía. ¡Días turbios de tormento interminable, que olvidaba en sus noches de ensueño de los que le dolía despertar!
Una tarde se volvió a oír el pito del «Liberal» en el puerto. Por coincidencia, Teresa y su madre estaban en una casa cercana, donde fueron de visita a una comadre. Esta tenía dos hijas, una mayor y otra menor que Teresa, que al oírlo alegremente exclamaron:
-¡El «Liberal»! … ¡Está llegando el «Liberal»!
La comadre, que conversaba con María, se contagió de  la alegría, en cambio esta frunció el ceño y miró a Teresa, quien al oírlo... un hálito de vida pareció exhalar y de su mente huyeron los sombríos pensamientos que la nublaban; sus ojos brillaron con luminoso alegría y sus labios se dilataron para ofrecer una sonrisa, pero todo se heló al encontrar la hosca mirada de su madre amenazante como un látigo.
La llegada de cualquier nave era una atracción para los pobladores, que corrían al puerto en afán de novelear. Las alegres hijas de la comadre no quisieron perder el espectáculo.
¡Mamita!.. ¡Nos vamos al puerto a ver la lancha!.. ¡Vamos  Teresa!   Y sin esperar asentimiento cogieron a Teresa por las manos y arrancaron a correr casi arrastrándola.
-¡Vayan pues! - dijo la comadre.
-¡Teresa! ... ¡No te vayas!- exclamó María alterada.
-Déjale, comadre… ¡Son muchachas!
María guardó breve silencio, pero en su semblante se notaba la ira contenida, que la comadre no vio o aparento no ver.
-A mí no me gusta que mi hija ande sin mí- dijo con aspereza. Se acercaron a la puerta  a mirar cómo corrían.
-No se van a demorar, comadre, «aurita» van a venir - las justificó- solo quieren ver la lancha…Vea, comadre cuantos están yendo.. . ¡Adiós, doña Lucha!... ¿Vas a ver la lancha? - se dirigió a una mujer que con un niñito de la mano, se dirigía al puerto.
-Sí, doña Ishti, ¿no vas a venir tú?
-Aquí estoy con mi comadre María. ¿No quieres ir comadre? - le preguntó.
Un instante de vacilación. Teresa se ha ido - pensó- ¿Que estará haciendo?.. ¡Seguramente viéndose con ese tipo!... pero yo… no soy de las que se van a meter en cualquier parte... ¡Pero Teresa!... me ha desobedecido…
¡Ya me las va a pagar!, pero no... ¡Ella no puede estar allí!
-¡Vamos, comadre Ishti! - se decidió.
-¿Te animas comadre?
Y fueron, a colmar su curiosidad la comadre Ishti, a vigilar a Teresa  y hacer que volviera, María. En la loma había mucha gente: hombres, mujeres, muchachos, que miraban la maniobra de acoderamiento del buque, haciendo los más alegres comentarios y mencionando los nombres de las personas que veían. María no se interesó ni por unas ni por otros; sus ojos buscaron a Teresa; estaba en un grupo de alegres jovencitas que hablaban ruidosamente. Se acercó llevando de la mano a doña Ishiti, como un escudo; al verla Teresa cambió bruscamente de actitud, como si su presencia la asustara y presintió que iba a llevarla. Sus ojos se encontraron, los de María chispeaban ira y amenazaban castigo, los de Teresa trataban de ocultar miedo, despecho, indignación.
-¡Vamos a la casa! - le dijo tomándole de la mano.
-¡No, doña María! - intervino una de las chicas con acento de ruego
-¡Que esté con nosotros un ratito más!
El buque terminó la maniobra, la «plancha» de acceso a él fue colocada, la tripulación dejó su puesto y Roberto que había estado en la sala de máquinas, salió a cubierta, se asomó a la borda y miró a los que estaban en la loma; de pronto… ¡Sí!... ¡Ahí estaba Teresa con su madre. Sintió hinchársele el pecho de felicidad. ¿Era posible?... Habían venido a verlo, a recibirlo, a saludarlo. Enceguecido por la dicha creyó ver que hacían señales al buque…
¡A él!... levantó los brazos  hizo señales de saludo.
-¡No, no! Ya se hace tarde y tenemos que ir a cerrar el almacén. ¡Vámonos Teresa! - y casi la arrastró tras de sí.
Teresa vio a Roberto y el saludo que hizo, hubiera querido contestarle, tuvo que seguir a su madre. Roberto las perdió de vista, pero estaba lejos de pensar que todo había sido distinto de lo que a su imaginación se le antojó; creyó rotas todas las barreras que María había alzado entre ellos, pensó que ¡al fin!, lo había admitido como novio de su hija y como demostración vino con ella a recibirlo a su llegada. Tenía que corresponder de inmediato tan amable atención. Impaciente esperó el fin de su guardia y se dispuso para ir a la casa.
-Segundo, la mesa ya está servida.
-Gracias, no voy a comer, voy a salir.
Y con apresurado paso se encaminó al pueblo.

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EL COLMILLO DEL LAGARTO. Capitulo IX

El final de un sueño-continúa. Al llegar la noche se metió en su camarote y se acostó. Imposible dormir, pensaba en Teresa, en el dolor ...