martes, 11 de diciembre de 2018

EL COLMILLO DEL LAGARTO. CAPITULO IX



El final de un sueño.

Casi dos semanas después de la partida de Roberto llegó a Caballo Cocha la embarcación que conducía a Manuel. A penas tocó el puerto uno de los tripulantes saltó a tierra y subió la loma corriendo; alguien que la vio llegar a tan desacostumbrada velocidad, bogando los peones como en una competencia, lo atajó para preguntarle lo que sucedía. Sin detenerse contestó:
-¡"Aista" don Manuel Pinedo!... ¡Le han "baleado"! -y siguió corriendo hacia el pueblo.
Asustado el vecino comenzó a dar voces y pronto la loma se llenó de gente. Todos preguntaban, quisieron entrar a la embarcación, pero los peones se opusieron.
-¡Vayan a llamar a doña Patricia! -se oyó una voz.
El peón que corrió hacia el pueblo llegó a la casa de Manuel y desde la puerta dio grandes voces llamando:
-¡Doña María!... ¡Doña María!... ¡"Lemos" traído a don Manuel!
Asustadas aparecieron la aludida y Teresa. El hombre, todo jadeante repitió:
-"Hemos traído a don Manuel… el colombiano le ha "baleado"... ¡Aurita" "le van a traer!...
Una doble exclamación de horror le interrumpió:
-¡Dios mío!... ¡Qué ha sucedido!... -llorando a gritos, madre e hija arrancaron a correr hacía el puerto.
La gente que se había apiñado en la loma, al verlas llegar, se abrió para dejarlas pasar; bajaron como una exhalación, entraron al batelón y se metieron al "pamacari". Manuel seguía acostado sobre los costales vacíos que hacían de colchón, se arrodillaron junto a él llorando a gritos. Con suave y cansada voz trató de consolarlas:
-No es nada mujer… una pequeña herida, pero he tenido que venir acostado…No lloren, no llores Teresa.. ¿No ven que estoy vivo?... Tengan calma.
En aquel momento apareció Patricia.
-¡Manuel!... ¿Qué te ha pasado?
-No es nada... una pequeña herida de bala. Tú te vas a encargar de curarla.
Estaba demacrado y pese a la crecida barba se le notaba intensa
palidez. Le tocó la frente, le tomó el pulso.
-¿Cuantos días hace que estás herido?
-Creo que seis… no sé, he perdido la cuenta.
Los peones estaban preparando unas angarillas, la cubrieron con sacos vacíos, con mucho cuidado, dirigidos por Patricia, lo acostaron en ella y se dispusieron a subirlo. María y Teresa estaban pegadas y seguían llorando. Trató de calmarlas diciéndolas que hacía mucho daño a Manuel verlas tan afligidas.
-Adelántense a preparar una cama, hagan hervir bastante agua, busquen unos trapos viejos, pero suaves y limpios. Yo le acompañaré para llevarlo con cuidado.
Ya en la casa Patricia lo examinó con detenimiento. La herida era apenas el orificio de entrada de la bala, casi cerrado por una costra, pero el rededor estaba intensamente inflamado, enrojecido, casi morado; no podía mover la pierna, aunque al intentarlo no sentía gran dolor, ni aun cuando Patricia manipulaba al hacerle la curación. Sería, imperturbable y en silencio concluyó y lo acomodó para que descansara.
-Voy a traerte un remedio para que te calme el dolor y puedas dormir - le dijo y salió.
Teresa se puso de rodillas al lado de la cama, le cogió una mano, la puso en su mejilla y apoyándose en el borde empezó a llorar silenciosamente. María siguió a Patricia, pasando entre varias personas que estaban a la espera de noticias, sin mirarlas siquiera, la detuvo en la puerta y preguntó:
-¿Cómo está?.. ¿Es grave la herida?.. ¡Dime, Patricia!.. ¿Se  curará?
Patricia se volvió, la miró a los ojos, la cogió de ambos hombros y con acento de dolorosa resignación contestó:
-Debemos tener confianza en Dios... Haré cuanto pueda para curarlo, tan calma y ayúdale a estar calmado... No te retires de su lado.
María comprendió. Manuel estaba en peligro, se sintió desfallecer,
pero Patricia continúo:
-Son estos momentos en que se necesita de todo el valor y la serenidad, ¡Animo María! ... «Aurita» regreso.
Patricia, inmediatamente se había dado cuenta del peligroso estado de Manuel. La infección se había generalizado por falta de atención oportuna, parecía inminente una gangrena, pero alentaba una remota esperanza de poder dominarla con los medicamentos que tenía. Desde aquel momento no se apartó de la cabecera, día y noche permaneció al lado del enfermo administrándole sus medicinas, pero, tres días después la fiebre fue aumentando lentamente; nada pudo hacer para evitarlo. Desesperada por   su impotencia no hablaba ni contestaba a María o Teresa que la acosaban a preguntas. Al cuarto día, el enfermo, con débil voz las llamó, trató de hablar pero no coordinaba las palabras, ni daba forma a sus ideas; nombres de personas, lugares, hechos…estaba delirando… acertó a juntar las manos de Teresa y María con las suyas y entró en coma… Ambas habían agotado sus lágrimas en tantos días de ininterrumpido llorar, hundieron sus cabezas en el borde de la cama y sus débiles y convulsos sollozos era lo único que se oía en la habitación. Patricia, de pie tras de ellas, con lágrimas rodando por sus mejillas y una expresión de profundo dolor en su semblante, tenía toda la apariencia de un mártir esperando su sacrificio.
La casa se llenó de gente. Todos eran amigos, compadres, ahijados; no solo había sido querido y respetado. Fue un símbolo del bien y la generosidad. Las cabezas inclinadas, las manos juntas, el leve murmullo de piadoso acento, que lamentaba la desgracia, daba la impresión de que estuviera elevando sus oraciones.
Las exequias fueron labor de todo el pueblo. María y Teresa no habrían atinado absolutamente nada, estaban aletargadas, sin conciencia de lo que estaba sucediendo. Patricia las acompañaba y se dedicó al cuidado de ambas; al volver del cementerio, les administró una elevada dosis de agua de azahar, como calmante, las acostó y se quedó a pasar la noche con ellas.
Pasaron los días, la terrible pesadilla parecía estar concluyendo, María y Teresa fueron calmándose, pero parecían sonámbulas. El tiempo, maravilloso lenitivo de todos los dolores, lentamente les cicatrizaría la cruenta herida.
Tres semanas después llegó el «Liberal». Tan pronto acoderó y los tripulantes estuvieron en comunicación con los del pueblo, la infausta noticia cundió a bordo con todos sus detalles. Roberto al escucharla quedó paralizado, pensó en Teresa e inmediatamente fue a la casa, Patricia le recibió. No estaba enterada de la relación que había entre él y los Pinedo y entendió la visita como de cortesía. Roberto le dijo que quería ver a María y Teresa para expresarles su condolencia. Ambas aparecieron juntas, se acercó a María con la mano extendida, pero ella le abrió los brazos diciendo con voz quebrada:
-¡Que desgracia, señor!
-Lo lamento profundamente - contestó y la estrechó con delicadeza.
Se desprendió María, Roberto se volvió a Teresa, quien, también abrió los brazos para recibirlo, sin decir una palabra. La abrazó y con voz suave, casi inaudible, le dijo:
-Teresita, no sabes cuánto me duele esta desgracia - la estrechó  en un amoroso y prolongado abrazo, al que ella se abandonó, llorando inconsolablemente.
Patricia  los miraba  con ojos  de sorpresa  y curiosidad,  mientras
María se enjugaba las lágrimas que se le desbordaban y parecía no darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Se desprendieron y Roberto se dirigió a ella:
-Señora, vine a expresarle mi sentimiento de pesar, pero quiero también ponerme a sus órdenes si algo hay que yo pueda hacer. Mándeme Ud., con toda confianza, estoy a su disposición.
Lo miró expresivamente con sus ojos empañados de lágrimas.
-Gracias, señor, muchas gracias.
En aquel momento ingresaron Prieto y Swayne. Nuevas expresiones de pesar, más lágrimas, más dolor. Comprendieron que prolongar  la visita era mantenerlo vivo con el recuerdo, se hicieron una señal y se despidieron. Roberto hizo lo mismo, considerando indiscreto quedarse con ellos. Regresaron caminando lentamente, Prieto y Swayne estaban sinceramente consternados; Manuel había sido un amigo excepcional, comprensivo, generoso, desinteresado, ameno y respetuoso, les parecía imposible que llegar a tal fin un hombre semejante. ¡Tristes recuerdos de momentos vividos!.. Roberto escuchaba en silencio.
-Te tenía un gran aprecio - le dijo Prieto - Jugando una noche, me dijo que había notado que estabas enamorado de su hija y que le parecía bien, porque demostrabas ser un hombre correcto. ¿Qué hay de eso?
-Es cierto. Le pedí la mano y justamente esperábamos el regreso de su viaje para formalizar el matrimonio... ¡Y mira lo que sucede!...
-¡Qué barbaridad!.. Entonces ahora...
-No sé que voy a hacer… No es prudente tocar el asunto en estas circunstancias… habrá que esperar.

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EL COLMILLO DEL LAGARTO. Capitulo IX

El final de un sueño-continúa. Al llegar la noche se metió en su camarote y se acostó. Imposible dormir, pensaba en Teresa, en el dolor ...