sábado, 3 de noviembre de 2018

LA GOTA QUE DESBORDA LA COPA. CAPITULO VIII. final.

La puerta, como de costumbre estaba abierta, seguro de las circunstancias tocó sin ninguna vacilación; se disponía a tocar de nuevo, cuando apareció María en la puerta de una de las habitaciones laterales. A la luz de una lámpara cerca de ella, vio, como al reconocerlo, se detuvo.

-Buenas noches, señora -saludó algo desconcertado.
-¡Qué se le ofrece! - preguntó María en tono brusco y sin acercarse. Roberto se quedó frío, sin atinar una respuesta. ¿Qué le estaba sucediendo?.. De momento pensó estar sufriendo un trastorno. ¿Cómo era posible que le recibiera con semejante actitud si horas antes la había visto distinta, mirándolo en el puerto, saludándolo a su llegada, contestando su saludo?..
-¿Se ha vuelto Ud., mudo?  ¡Le he preguntado qué quiere! Con un esfuerzo se repuso y vacilante contestó:
-He venido... a saludarlas… Yo creí… quería saber... qué noticias tiene de don Manuel.
-No sabemos nada.
-Y…la señorita Teresa… ¿Cómo está?
-¡Eso no le importa a Ud.
Tal respuesta tuvo la virtud de volver a Roberto todo su coraje; sintió como una bofetada que le hacía subir la sangre a sus mejillas, como ardiente lava; cerró los puños con indignación, apretó los dientes casi hasta hacerlos rechinar y en sus ojos brilló un relámpago de ira… Una breve pausa le hizo recobrar la serenidad, su semblante se suavizó y sonriendo fríamente dijo:
-Señora, yo tenía entendido que su esposo admitió mi petición, que la señorita Teresa había aceptado el compromiso y que Ud., como madre y esposa había de respetar esa determinación. Creo ser el novio de su señorita hija y por eso me importo por ella.
-¡Eso nunca mientras yo viva! - le interrumpió - ¡Lárguese de aquí!.. ¡No
quiero verle más! - se dio la vuelta y entró en la habitación.
Roberto quedó inmóvil un instante, luego se volvió lentamente, salió y se marchó al buque con la cabeza inclinada por el peso del contraste y llena de absurdas ideas. No podía comprender cambio tan radical. Si fue al puerto con Teresa - pensaba- solo pudo ser a darme la bienvenida… ¿Qué puede haber ocurrido en tan breve tiempo? Manuel le había dicho que podía ir a la casa en cualquier momento, María seguía oponiéndose… ¿Qué tenía el para ser objeto de semejante rechazo? ¿Algún antagonismo familiar al estilo de los Montesco y los Capuletos? Pero su madre le aseguró que no la había conocido en Moyobamba. Se hizo un examen de conciencia en busca de algún error que hubiera cometido y tenido trascendencia y solo encontró amoríos pasajeros y sin importancia, una conducta ejemplar; se encontró tan inocente como un parvulito. Sin darse cuenta llegó al buque, el criado al verlo regresar se le acercó:
–La mesa está servida, segundo, recién se han sentado los oficiales.
-Gracias, no quiero  comer.- le respondió.
Se dirigió a su camarote, entró y cerró la puerta. Desconcertado se quedó un instante de pie, luego, vestido como estaba se tiró a la litera, juntó sus manos bajo la nuca y se quedó mirando fijamente en el vacío, como buscando en su inmensidad un asidero para sostener y no caer en el abismo de la desesperación. Ya no pensaba. Dos imágenes en mil deformaciones se atropellaban en su mente, tratando de dominarla, las de María y Manuel envueltas en sombras y luz, angustia y placidez, amenazar y promesas, rencor y bondad, ofensas y consuelo, sumiéndolo en dolorosos contrastes. De pronto surgió la imagen de Tersa y la fantasmagórica tortura se desvaneció; bruscamente se recobró de su abandono, se sentó al borde  y sonriendo musitó: ¡Pero que me importa si Teresa me quiere!.. ¡Voy  a verla esta noche! y se volvió a acostar calmado y sonriente pensando en los instantes que pasarían juntos. Impaciente esperó el tañido de la campana que indicara la hora oportuna.
El camino como siempre solitario, la casa silenciosa y a oscuras. Silbo una... dos… tres veces y la sombra blanca que esperaba apareció en la puerta; fue a su encuentro, la rodeó por la cintura y la condujo al sitio que ya conocían. Se abrazaron fuertemente y juntaron sus labios con la ansiedad del sediento que ha encontrado la fuente que va a apagar su sed.
Calmado su primer impulso se desprendieron con un prolongado suspiro, la tomó la cara con ambas manos y mirándola con tristeza preguntó:
-¿Qué ha pasado con tu mamá que no ha querido ni verme?
-¡Ay, Roberto!.. ¡Si supieras!.. Estoy pasando una vida de martirio.
Se apoyó en su hombro y sollozando le contó las largas horas de su calvario, que ni con silencio, sumisión y paciencia podía suavizar; las amenazas y premoniciones de infortunio y desgracia que diariamente escuchaba de boca de su madre, por haberla contrariado aceptando el compromiso. Parecía que fuera a prorrumpir en llanto al decirlo cuanto había rezado por su regreso, en la idea que su presencia variara la situación. Roberto trataba de calmarla con caricias, besos, palabras de consuelo y esperanza, pero en su interior le ardía una indignación que le nublaba el pensamiento. A su vez le contó como tuvo la ilusión que habían ido   a saludarlo en el puerto, para después sentir el dolor de ser recibido en forma grosera y luego ser echado de la casa.
-¿Qué podemos hacer, Roberto?... Mi padre está demorando y ya no tengo fuerzas para resistir este tormento. A veces quiero huir de mi casa.
Roberto quedó en silencio y bajó la cabeza como hundiéndola en sus pensamientos. ¿Cuánto tardaría Manuel en volver?... Solo su presencia podía suavizar la dureza de María y aliviar el sufrimiento de Teresa.
Pensó llevársela, pero, ¿Cómo explicar tal determinación al comandante del buque, y como podría él aceptarla siendo amigo de los Pinedo? Embarcarla en la madrugada y esconderla en el camarote… ¡No!... Alguien la vería… los alimentos. ¡Sería descubierta!... y él habría cometido un grave delito de secuestro, con la agravante de deslealtad y abuso de confianza, indigno de su condición de oficial. Teresa abrazada fuertemente él, como si temiera que se le fuera. Después de una larga pausa insistió:
-¿Qué hacemos Roberto?
-¿Serías capaz de huir de tu casa?
-Tengo miedo… pero si voy contigo... Roberto le expuso las dificultades en que pensó, el peligro de ser descubiertos y las graves consecuencias que acarrearía el fracaso de su fuga.
-Me imagino, Teresita, cuánto debes padecer cuando estás decidida a huir de tu casa - concluyó Roberto- quisiera evitártelo, pero no puede ser en esa forma. No nos queda otro recurso que esperar y rogar a Dios, que
pronto regrese tu padre, entonces, sea como sea, nos casamos, y puedo llevarte a la vista de todos.
Teresa, abrazada a la cintura de Roberto, apoyada la cabeza en su pecho, lloraba convulsivamente; la cogió por las mejillas, y después de mirarla dulcemente apoyó sus labios en los suyos y empezó a besarla ardorosamente. Se estremeció y se los devolvió con el mismo fuego y pasión; los labios de Roberto se paseaban por las mejillas, el cuello, la nuca, como en ansiosa búsqueda del nifo del placer, mientras por sobre la sutil camisa de dormir sus manos la acariciaban en los hombros, en la espalda, casi estrujándola. En su enardecimiento la cogió por la cintura la alzó como una muñeca, la acunó sobre un brazo y rodeándola con el otro la estrechó contra su pecho… su cara sintió el agitado palpitar de su seno. Teresa temblaba buscando el cuello de Roberto para atraerlo más, buscó su boca para unirla a la suya en un beso interminable.
Arrastrados por la irresistible vorágine de su ternura se abandonaron mutuamente a la satisfacción de su contenido deseo. Roberto hizo saltar los broches de presión de la camisa, le descubrió los senos y apoyó en ellos sus mejillas, sus labios, mientras Teresa, sin oponer resistencia, gemía gozosa, apretándose más y más. En el paroxismo del deseo la depositó en el césped y se acostó a su lado; ella inmóvil, con los ojos cerrados, parecía esperar algo… las manos de Roberto levantaron la camisa, buscaron los lazos del calzón, dos leves tirones los deshizo y suavemente se lo quitó. Teresa se estremeció al sentirse casi desnuda y se apretó a Roberto como tratando de cubrirse, él la abrazo, junto su boca y frenéticamente la besó, como un preludio a la inminente unión carnal, bajó a sus senos, recreándose golosamente en ellos, con sus manos y sus labios… suspiros, abandono a sus mutuas caricias... de pronto un gemido... casi un grito mezcla de dolor y de placer, un sollozo que parecía arrancado a las cuerdas musicales de un corazón gozoso … y quedaron inmóviles, en una extinción de placer que se alejaba envuelto en un manto de silencio que dejaba escuchar el latido de sus corazones.
Se incorporaron sin mirarse, avergonzados, casi asustados. Roberto la ayudó para atraerla y abrazarla y así la tuvo largo rato, reclinada en su pecho.
-Teresita… ya eres mi mujer… ¡Nadie podrá oponerse ahora a que nos casemos!
-Sí, Roberto, ya soy tu mujer para siempre, ahora tendré paciencia para soportar todo hasta que llegue mi padre. Le contaré que soy tu mujer y cuando vuelvas, casándonos o sin casarnos, me iré contigo.
-Estaré de regreso en veinte días, más o menos, para entonces ya estará acá tu papá, ahí nos casaremos.
La abrazó amorosamente, volvió a besarla con frenesí… En aquel momento se oyó un toque de media en el reloj, Roberto la miró, no vio que se alarmara, ¿Que le importaba ahora el tiempo?… Siguieron acariciándose, Teresa metió las manos entre la camisa de Roberto, buscando su piel para estrujarla y pellizcarla… sus manos tocaron un pequeño objeto colgado de su cuello, lo tomó y mirándolo con curiosidad preguntó:
-¿Qué es esto?
-Es… un amuleto que me ha regalado un amigo. Me dijo que daba suerte y me aconsejó que lo llevara colgado en el cuello.
Le contó el incidente y al concluir afirmó:
-Por eso todo nos tiene que salir bien.
Luego quedó pensativo. ¿Cómo no se le había ocurrido? ¡Era lo que Teresa necesitaba para evitar tanto sufrimiento! Con esa protección todo se le arreglaría.
-Mira Teresita. Yo tengo mucha fe en la protección de este diente, porque hasta ahora todo me ha salido bien. Quiero dejártelo porque ahora tú lo necesitas, vas ver cómo van a caminar las cosas, como va a cambiar tu madre.
-Pero... si ella lo ve va a preguntarme de donde lo he sacado y seguro que me quitará si le digo que tú me has dado.
-Si crees que te lo puede quitar y no quieres que lo vea, amárralo aunque sea en tu cintura, pero tenlo siempre contigo.
Se lo desató con cuidado y se lo puso a Teresa. El alto cuello de la camisa de dormir lo ocultaba completamente; incluso el fino hilo de «chambira». Lo cogió y lo miró amorosamente; para ella tenía más valor, más significación y hasta más poder que el que le atribuía Roberto por haber sido suyo, haber estado en contacto con su cuerpo, haber tomado el calor de su pecho. Más besos, más caricias. El reloj volvió a hacerse oír, escucharon con atención, ¡las once!. Algo alarmada Teresa se apretó contra Roberto para recibir sus besos, diciendo:
-Ya me voy. Regresa pronto, te estaré esperando.
-Sí, mujercita mía, todos los días y todas las noches recordaré estos instantes. Ya nos falta poco para unirnos por siempre. ¡Hasta la vuelta amor!
-¡Adiós!
Un beso largo selló la promesa. Con esfuerzo se desprendió Teresa, se encaminó a la puerta y desapareció. Roberto se quedó largo rato y luego, lentamente, rebosando satisfacción se dirigió al buque. Le esperaba la guardia.
Teresa se acostó con la arrobadora sensación del placer que había experimentado; el recuerdo la estremecía de voluptuosidad, tardó en dormirse y la despertó la voz de su madre en la puerta de su dormitorio.
-¿No quieres ir a despedir la lancha?
Sobresaltada se levantó. ¿Se estaría burlando su madre? Recordó la noche anterior y se estremeció. Salió con cierto temor, se aseó, se vistió y de nuevo la voz de su madre:
-¡Apúrate!... Vamos a tomar desayuno para ir al almacén, el «maestre» va a recoger los conocimientos de la carga.
Levantó la vista y sorprendida notó que su madre la miraba casi sonriente, pero temerosa que fuera una celada, como contestación, la saludó y se sentó en silencio. No se atrevía ni a mirarla, sentía vergüenza recordando su aventura.. ¡Si mi madre lo supiera!.. Tembló de pensarlo
-¿Qué te pasa?... Tal vez estás enferma. ¿No tienes apetito?
Se mostraba obsequiosa, interesada. Concluyeron y fueron al almacén, María se dedicó a los trámites del embarque mientras Teresa, nerviosa la observaba con disimulo. Terminado todo, casi al mediodía se dispusieron a regresar, de pronto se oyó el pito de la lancha y Teresa se enderezó como si hubiera recibido un latigazo; María la miró con los ojos muy abiertos y casi riendo volvió a decirle:

-¿Qué te pasa? Hoy has amanecido muy rara. ¿Te asusta el pito del
«Liberal?» ¿O tienes pena porque se va?
Teresa hubiera querido gritar: ¡No! ¡No es pena! ¡Es alegría porque ya soy la mujer de Roberto y cuando regrese vamos a casarnos!... pero las palabras quedaron en su pensamiento con una inefable sensación de felicidad. Al ver que su madre sonreía, también ella sonreía.
Volvieron y en el camino María hablaba tratando de hacer hablar a Teresa
sin obtener más que los sí o los no acostumbrados, pero sin incomodarse como antes. En los días siguientes todo transcurrió en forma desacostumbrada para Teresa. Su madre cambió de trato en forma sorprendente, la armonía fue restableciéndose y ella fue tomando confianza, al punto de sentir impulso de contar lo sucedido con Roberto.

EL COLMILLO DEL LAGARTO. Capitulo IX

El final de un sueño-continúa. Al llegar la noche se metió en su camarote y se acostó. Imposible dormir, pensaba en Teresa, en el dolor ...