LA GOTA QUE DESBORDA LA COPA.
Ausente, Manuel la vida de Teresa volvió a ser un martirio. María la
asediaba abrumándola de reproches por el más insignificante detalle,
acusándole del abandono en que la dejaría al casarse.
-¡Yo te crié con la esperanza que fueras ayuda y consuelo de mi vejez!
-¡Hija ingrata!.. ¡No comprendes que solo quiero tu bien!
-¡Con el tiempo vas a pagar todo el mal que me estás haciendo! Teresa trataba de eludir a su madre para
evitar su maltrato, buscando refugio en el silencio y el aislamiento, pero ella
la perseguía, la brevedad de sus respuestas, era motivo de insultos y castigos;
para evitar tal persecución fingía malestar, se acostaba casi al ponerse el sol
y pasaba largas horas sin conciliar el sueño; escuchaba su toque en el reloj y
su imaginación la hacía esperar ansiosa e inútilmente el silbido que anunciaba
la presencia de Roberto a la hora acostumbrada. Su pensamiento volaba por
desconocidos parajes en su busca, tras de huidiza fantasía que no alcanzaba ni
veía. Lenta e insensiblemente la pertinacia de su obsesión se convertía en
sueño, envolvía sus brazos a su larga almohada, la estrechaba en su
arrobamiento, con la ilusión de al fin tener al que su imaginación perseguía.
¡Días turbios de tormento interminable, que olvidaba en sus noches de ensueño
de los que le dolía despertar!
Una tarde se volvió a oír el pito del «Liberal» en el puerto. Por
coincidencia, Teresa y su madre estaban en una casa cercana, donde fueron de
visita a una comadre. Esta tenía dos hijas, una mayor y otra menor que Teresa,
que al oírlo alegremente exclamaron:
-¡El «Liberal»! … ¡Está llegando el «Liberal»!
La comadre, que conversaba con María, se contagió de la alegría, en cambio esta frunció el ceño y
miró a Teresa, quien al oírlo... un hálito de vida pareció exhalar y de su
mente huyeron los sombríos pensamientos que la nublaban; sus ojos brillaron con
luminoso alegría y sus labios se dilataron para ofrecer una sonrisa, pero todo
se heló al encontrar la hosca mirada de su madre amenazante como un látigo.
La llegada de cualquier nave era una atracción para los pobladores,
que corrían al puerto en afán de novelear. Las alegres hijas de la comadre no
quisieron perder el espectáculo.
¡Mamita!.. ¡Nos vamos al puerto a ver la lancha!.. ¡Vamos Teresa!
Y sin esperar asentimiento cogieron a Teresa por las manos y arrancaron
a correr casi arrastrándola.
-¡Vayan pues! - dijo la comadre.
-¡Teresa! ... ¡No te vayas!- exclamó María alterada.
-Déjale, comadre… ¡Son muchachas!
María guardó breve silencio, pero en su semblante se notaba la ira
contenida, que la comadre no vio o aparento no ver.
-A mí no me gusta que mi hija ande sin mí- dijo con aspereza. Se
acercaron a la puerta a mirar cómo
corrían.
-No se van a demorar, comadre, «aurita» van a venir - las justificó-
solo quieren ver la lancha…Vea, comadre cuantos están yendo.. . ¡Adiós, doña
Lucha!... ¿Vas a ver la lancha? - se dirigió a una mujer que con un niñito de
la mano, se dirigía al puerto.
-Sí, doña Ishti, ¿no vas a venir tú?
-Aquí estoy con mi comadre María. ¿No quieres ir comadre? - le
preguntó.
Un instante de vacilación. Teresa se ha ido - pensó- ¿Que estará
haciendo?.. ¡Seguramente viéndose con ese tipo!... pero yo… no soy de las que
se van a meter en cualquier parte... ¡Pero Teresa!... me ha desobedecido…
¡Ya me las va a pagar!, pero no... ¡Ella no puede estar allí!
-¡Vamos, comadre Ishti! - se decidió.
-¿Te animas comadre?
Y fueron, a colmar su curiosidad la comadre Ishti, a vigilar a
Teresa y hacer que volviera, María. En
la loma había mucha gente: hombres, mujeres, muchachos, que miraban la maniobra
de acoderamiento del buque, haciendo los más alegres comentarios y mencionando los
nombres de las personas que veían. María no se interesó ni por unas ni por
otros; sus ojos buscaron a Teresa; estaba en un grupo de alegres jovencitas que
hablaban ruidosamente. Se acercó llevando de la mano a doña Ishiti, como un
escudo; al verla Teresa cambió bruscamente de actitud, como si su presencia la
asustara y presintió que iba a llevarla. Sus ojos se encontraron, los de María
chispeaban ira y amenazaban castigo, los de Teresa trataban de ocultar miedo,
despecho, indignación.
-¡Vamos a la casa! - le dijo tomándole de la mano.
-¡No, doña María! - intervino una de las chicas con acento de ruego
-¡Que esté con nosotros un ratito más!
El buque terminó la maniobra, la «plancha» de acceso a él fue
colocada, la tripulación dejó su puesto y Roberto que había estado en la sala de
máquinas, salió a cubierta, se asomó a la borda y miró a los que estaban en la
loma; de pronto… ¡Sí!... ¡Ahí estaba Teresa con su madre. Sintió hinchársele el
pecho de felicidad. ¿Era posible?... Habían venido a verlo, a recibirlo, a
saludarlo. Enceguecido por la dicha creyó ver que hacían señales al buque…
¡A él!... levantó los brazos
hizo señales de saludo.
-¡No, no! Ya se hace tarde y tenemos que ir a cerrar el almacén. ¡Vámonos
Teresa! - y casi la arrastró tras de sí.
Teresa vio a Roberto y el saludo que hizo, hubiera querido contestarle,
tuvo que seguir a su madre. Roberto las perdió de vista, pero estaba lejos de
pensar que todo había sido distinto de lo que a su imaginación se le antojó;
creyó rotas todas las barreras que María había alzado entre ellos, pensó que ¡al fin!, lo había admitido como novio de su hija y como demostración
vino con ella a recibirlo a su llegada. Tenía que corresponder de inmediato tan
amable atención. Impaciente esperó el fin de su guardia y se dispuso para ir a
la casa.
-Segundo, la mesa ya está servida.
-Gracias, no voy a comer, voy a salir.
Y con apresurado paso se encaminó al pueblo.
...///
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